martes, 1 de enero de 2008

Del mucho cotorrear

Quien custodia su lengua y su boca, protege del miedo su alma y su voluntad, un pájaro carpintero desveló a sus crías por su griterío.

Un necio es quien quiere censurar lo que todos guardan en silencio y quiere ganarse odio sin necesidad, mientras que podría mejor callarse con honor. Quien desea hablar donde no debe, vale bien para la orden de los necios. Quien responde antes de que se le pregunte, muestra por sí mismo el sentido de un necio. Muchos se complacen en hablar, aunque de ello resulten daños y pesares. Más de uno se abandona tanto a la charlatanería, que podría quitar a la cortorra una nuez; sus palabras son tan fuertes y profundas, que hace un agujero en un documento y dispone un parloteo con total facilidad; pero, cuando llega a la confesión, donde se trata del premio eterno, la lengua no quiere moverse del sitio. Hay muchos Nabal aún en la tierra, que cotorrean más de lo que les aprovecha. Muchos serían tenidos por sabios si no se hubieran ido ellos mismos de la lengua. Un pájaro carpintero desvela con su lengua dónde se encuentra su nido y sus crías. Con silencio se responde mucho; daños recibe quien mucho cotorrea. La lengua es un pequeño miembro pero trae mucho desasosiego y discordia, mancilla muy a menudo a toda persona y ocasiona muchas riñas, pugnas y disputas; y tengo por gran maravilla que se puedan domar todas las fieras, siendo tan rudas, salvajes, tan feroces, y que nadie sea señor de su propia lengua. La lengua es un bien inquieto, gran mal causa al ser humano: con ella injuriamos a Dios, denostamos con burlas, con blasfemias, calumnias y desprecios al prójimo, a quien Dios ha hecho a su imagen; por ella descubrimos a mucha gente, por ella nada queda en secreto. Muchos se dan buena vida con la garrulería: no necesitan comprar vino ni pan. La lengua se necesita para el Derecho, con ella se tuerce lo que era recto. Por ella pierde sus cosas más un pobre hombre y tiene que ir a mendigar. Al charlatán no le cuesta mucho hablar: se hace cosquillas y ríe cuando quiere, y nada bueno dice de nadie, sea baja o alta su posición. A quienes arman gran griterío y zarabanda se les alaba ahora y se les presta atención, sobre todo a los que andan con elegancia y llevan grandes vestidos y anillos; éstos valen hoy para la gente, no se paran mientes en los vestidos finos. Si estuvieran aún en el mundo Demóstenes, Tulio o Esquines, nada se les daría por su sabiduría, si no supieran engañar a la gente y pronunciar muy floreados discusos y lo que todo necio gusta de oir. Quien mucho habla, habla a menudo demasiado y tiene también que disparar a la diana, lanzar el mazo lejos y distante, y maquinar intrigar por causa de la disputa. El mucho charlatanear, raramente está libre de pecado; quien mucho miente no es amigo de nadie. Quien difama al señor, no queda callado mucho tiempo; aunque suceda lejos de él, los pájaros llevan allí la voz, y la cosa, a la larga, no tendrá buen final, pues los señores tienen manos muy largas. A quien quiere serrar mucho por encima de sí, le caerán muchas virutas en los ojos, y quien pone su boca en el cielo, a menudo es recompensado con daños. El necio muestra su espíritu de una vez; el sabio calla y espera su momento. Del discurso inútil no nace provecho. La garrulería trae más perjuicios que beneficios. Por ello es mejor guardar silencio que cotorrear, charlar o gritar. Sótades fue encarcelado por sus pocas palabras como por un crimen. Teócrito sólo dijo que Antígono era tuerto, y murió por ello en su propia casa, como Demóstenes y Tulio. Callar es loable, justo y bueno; pero mejor es hablar, si se hace sabiamente.

Ilustración: Un necio parlanchín, con la lengua fuera y una clava que se le parece, llega a un árbol, en el que un pájaro carpintero desvela con su ruido el nido.