El placer terrenal se asemeja a una mujer ligera, que está sentada a la vista de todos en la calle y se desgañita para que alguien entre en su casa y le haga compañía, pues por poco dinero está en venta, pidiendo que se ejercite con ella en la vida placentera y en el falso amor: así van los necios a su regazo como el buey va al desollador, o un inocente y retozón corderillo, que no comprende que ha caído en la cuerda y en la soga hasta que la flecha la atraviesa el corazón.
Piensa, necio, que está en juego tu alma y que caerás al fondo del infierno si intimas con ella. Quien huye de la vida placentera, allí se hace rico. No busques placer y dicha terrenales como Sardanápalo, el pagano, quien pensaba que se debe vivir bien aquí, con vida regalada, alegría y francachela, que no hay vida placentera tras la muerte. Era el consejo de un verdadero necio buscar una dicha tan perecedera, pero acertó el vaticinio sobre sí mismo. Quien persigue en demasía la vida placentera, compra una pequeña alegría con dolor y daño. Ningún placer temporal se vuelve tan dulce, que al final no destile hiel. Todo el placer terrenal termina a la postre con amargura, aunque el maestro Epicuro coloca el bien más alto en la vida regalada.
Ilustración: La Vida placentera, con capucha de necia, sujeta con sendas cuerdas un pájaro, una oveja y un buey.