sábado, 15 de marzo de 2008

Del blasfemar

Quien blasfema contra Dios con maldiciones y juramentos, con oprobio vive y honra muera. ¡Ay de aquel también que no lo impide!

Los más grandes necios también conozco, y no sé cómo se les podría llamar, que no se contentan con todos los pecados y con ser hijos del demonio; tienen que mostrar públicamnte que están llenos de odio conta Dios y le han declarado la guerra a muerte. El uno echa en cara a Dios su impotencia, el otro su martirio, su bazo, su cerebro, su asadura y el riñón. A quien ahora sabe juramentos inauditos, que van en contra de todo lo que es honesto y de ley, se le tiene por un tipo valiente. Ha de llevar una lanza y una ballesta, atreverse él sólo contra cuatro y ser intrépido con la botella. Horribles juramentos se lanzan bebiendo vino o aunque esté en juego poco dinero; no sería extraño que Dios, ante tales injurias, hiciera hundirse el mundo o que el cielo se desplomara en mil pedazos, tan graves son las blasfemias y los denuestos contra el Señor. Toda honradez, por desdicha, ha muerto, y con la ley no se persiguen estos desmanes; así padecemos tantas calamidades y castigos, pues se ultraja ahora tan públicamente, que todo el mundo lo advierte, oye y ve; no hay por qué admirarse de que Dios imparta la justicia por sí mismo, pues no puede soportarlo mucho más tiempo. Él ordenó lapidar a los hijos de los israelitas. Senaquerib insultó a Dios y fue castigado con oprobio y vergüenza. Lincaón y Mencenio sufrieron lo mismo, al igual que Antíoco.

Ilustración: Un necio pretende pinchar a Crsito en la cruz con una lanza de tres puntas. Al pie de la cruz, una calavera y huesos.