viernes, 4 de abril de 2008

Acariciar el caballo amarillento

Quien ahora sabe acariciar bien el caballo, muy inteligente se revela: piensa que será quien más dure en la corte.

Me vendría ahora muy bien un barco cubierto, para meter en él a los siervos de los nobles y a otros que van a la corte a lamer y haraganear y se meten con confianza en casa de sus señores, para sentarse completamente solos y sin las apreturas de las gentes de a pie, que no quieren soportar. El uno espurga plumas, el otro frota tiza; éste acaricia, aquél murmura al oído, para ascender tan pronto que pueda alimentarse de lamegatos. Más de uno con mentiras llega a ser señor, porque sabe acariciar la lechuza y sabe tratar con el caballo amarillo; para soplar harina es rápido, con gusto cuelga el abrigo a favor del viento; traer y llevar ayuda ahora a muchos a subir, que, de otro modo, estarían ante la puerta de la calle. Quien sabe mezclar pelos y lana, debe permanecer gustoso en la corte: allí es él ciertamente querido y valioso, no se ansía la honradez. De la necedad todos se ocupan, no me quieren dejar la capa de los necios. Pero cepillan algunos también demasiado fuerte, de modo que el caballo les golpea en la barriga o les da una patada en las costillas, y el plato se les cae en los pesebres.
Sería bueno pasar ocioso de todos éstos, si se quisiera entender la verdad. Si todo aquel al que se le tiene por valioso y de ley fuera como se presenta, o se presentara como fuera, estarían vacías muchas capas de necio.

Ilustración: Un caballo golpea con las patas delanteras a un necio, que está en el suelo y lleva en una mano pumas de pavo (símbolo de los Austrias), y cocea con las patas traseras a otro necio, que está lamiendo el plato.