jueves, 3 de abril de 2008

Del ocaso de la Fe


Yo os suplico, Señores, grandes y pequeños, que penséis en el bien de la comunidad. ¡Dejadme a mí solo mi propia caperuza de necio!

Cuando pienso en la dejación y el escándalo que se sienten en todo el país, por causa de los príncipes, señores, regiones y ciudades, nada extraño sería que tuviera ya mis ojos bañados en lágrimas, al tener que presenciar con tal ignominia el declinar de la Fe cristiana. ¡Perdóneseme por haber añadido aquí también a los príncipes! Sentimos (por desventura) con claridad las penalidades y los angustiosos lamentos de la Fe cristiana, que de día en día se empequeñece. Primero, los paganos la han medio desgarrado y destruido sin piedad; después, el abominable Mahoma la ha desvastado más y más; con su falsa doctrina ha mancillado una Fe que antes era grande y poderosa en Oriente, cuando toda Asia era creyente, y el país de los moros y África. Ahora no tenemos allí ya absolutamente nada; tendría que doler hasta a una dura piedra lo que nosotros solos hemos perdido en Asia Menor y Grecia, que hoy se llama la Gran Turquía, y está separada de la Fe; allí estuvieron las siete iglesias, a donde escribiera Juan, allí se perdió un país excelente, que todo el mundo debería haber jurado que no se perdería. Y eso sin contar lo que en tan breve tiempo se ha perdido en Europa desde entonces: dos imperios, muchos reinos, muchos países poderosos y ciudades, domo Constantinopla y Trebisonda; estos países son bien conocidos de todo el mundo: Acaya, Etolia, Beocia, Tesalia, Tracia, Macedonia, Atica, las dos Misias, también tribulos y escordiscos, bastarnos y también táuricos, Eubea, llamada Negroponto, asimismo Pera, Cafa e Idront, sin contar otros daños y pérdidas que también sufrimos en Morea, Dalmacia, Estiria, Corintia y Croacia, en Hungría y en la Marca venda. Ahora son los turcos tan fuertes, que no sólo son dueños del mar, sino que también el Danubio les pertenece. Irrumpen por doquier cuando quieren. Muchos obispados e iglesias son profanados: ahora ataca el turco la Apulia; después, muy pronto, será Sicilia, e Italia, que linda con eolla; más tarde llegará también a Roma, a la Lombardía y hasta Francia. El enemigo lo tenemos a las puertas: ¡Pero todos quieren morir durmiendo! El lobo está en el redil y roba las ovejas de la Santa Iglesia, mientras el pastor sigue durmiendo.
La Iglesia de Roma tenía cuatro hermanas, en las que se habían puesto patriarcas como gobernantes: Constantinopla, Alejandría, Jerusalén y Antioquia; mas ahora se han separado completamente de ella, y muy pronto se llegará también a la cabeza. Todo esto es culpa de nuestros pecados, nadie tiene paciencia con el otro ni compasión por su desgracia, todos querrían que ésta fuera mayor. Nos sucede como sucedió a los bueyes, que el uno contemplaba al otro, hasta que el lobo los destrozó a todos: sólo entonces el último se puso a sudar. Cada uno toca ahora con la mano para ver si aún están fríos su muro y su pared, sin pensar en apagar el fuego antes de que legue a su casa; después se arrepiente demasiado tarde y sufre los daños. Las discordias y la desobediencia destruyen la Fe de los cristianos; inútilmente se vierte su sangre. Nadie piensa cuán cerca está de él la desgracia, y se cree que se librará siempre de ella, hasta que se le presenta delante de la puerta: entonces levantará la cabeza. Las puertas de Europa están abiertas, por todas partes viene el enemigo, que no duerme ni descansa: sólo está sediento de sangre cristiana.
¡Oh Roma! Cuando tú en un tiempo tuviste reyes, fuiste largos años esclava; después te condujeron a la libertad cuando te gobernó un Consejo Común. Mas cuando caíste en la soberbia, te orientaste a la riqueza y al gran poderío, y luchaba ciudadano contra ciudadano, nadie se preocupaba del bien común; entonces el poder se perdió en buena medida, al final fuiste súbdita de un Emperador, y bajo este poder y apariencia hasta quince siglos has permanecido, y siempre te has enflaquecido, al igual que se empequeñece la luna cuando desaparece y le falta el resplandor, que ahora subsiste muy poco en ti. ¡Ojalá quisiera Dios que tú también te agrandaras, para que te igualases por completo a la luna! No piensa que tiene algo quien no se lo arrebata al Imperio Romano. Primero la mano de los sarracenos se apoderó del santo y ensalzado país; después los turcos poseen tanto, que contarlo llevaría demasiado tiempo. Muchas ciudades echaron mano a las armas, y no prestan ahora ya atención a ningún Emperador; cada príncipe despluma por entero todo aquello de lo que pueda obtener una pluma; por ello no produce gran sorpresa que también el Reino se haya quedado pelado y sin plumas.
Se ata a cada uno de manera que no pueda exigir lo suyo y que tenga que dejar a cada cual en su estado, tal como lo había disfrutado hasta entonces. ¡Por Dios, príncipes, mirad qué daños vendrán a la postre si el Reino llega a desplomarse! ¡Vosotros tampoco perduraréis eternamente! Toda cosa gana más en fortaleza cuando está unida en sus partes que cuando está dividida. La unanimidad en la comunidad hace florecer pronto todas las cosas, pero por la desunión y la disputa también grandes cosas se destruyen. El nombre de los alemanes fue muy ensalzado, y lo habían conseguido con tanta fama, que se les otorgó el Imperio. Para que la yeguada se aniquile, se muerden los propios caballos sus colas. En verdad está ahora en pie la Cerastes y el Basilisco. Muchos se envenenarán al entregar zalameramente el veneno al Imperio Romano. ¡Pero vos, Señores, reyes, naciones, no queráis permitir tal escarnio! ¡Si queréis ayudar al imperio Romano, la nave puede aún seguir erguida!
Tenéis de hecho un Rey generoso, que os conduce con escudo de caballero, que puede doblegar a todos los países a la vez, sólo con que le queráis ayudar: el noble príncipe Maximiliano muy digno es de la corona romana; sobre su mano recta, sin duda, la santa herencia y tierra prometida; y empezará a hacerlo todo el día en que pueda confiar en vosotros.
Alejad de vosotros semejante escarnio y burla: que sobre el pequeño ejército gobierna Dios. Aunque muchos se han apartado, son aún tantos las naciones cristianas, piados reyes, príncipes, nobles y gentes comunes, que ellos solos pueden conquistar y dar la vuelta a todo el mundo, con sólo mantenerse firmes y unidos, con sólo poner en evidencia fidelidad, paz y amor. Confío en Dios: ¡todo saldrá bien! Mas vosotros sois gobernantes de los países: despertad y arrojad de vosotros todo escarnio, que no os equipare con el gobernante de la nave de quien el sueño en el mar se apodera sigilosamente cuando ve una tormenta; o con el perro que sólo llora, o con el guardián que no guarda y a lo que ha de guardar no presta en absoluto atención. ¡Levantaos, despertad de vuestro sueño! En verdad el hacha está en el árbol.
¡Ay Dios! Concede a nuestros gobernantes que busquen tu honra, y no cada cual sólo su propio beneficio. Así podré estar sin cuitas, tú nos darás la victoria en breves días, y nosotros a cambio te alabaremos eternamente. Apelo a la conciencia de todos los estamentos del mundo entero, sea cual fuere el rango en que se cuentan, a que no hagan como los marineros que están desunidos y tienen disputas cuando están en medio del mar, entre grandes vientos y tormentas, y, antes de que se pongan de acuerdo sobre el rumbo, la galera ya se ha ido al fondo. ¡Quien tenga oídos para oír, que oiga! La navecilla se tambalea en el mar. Si el propio Cristo ahora no vigila, pronto se hará de noche a nuestro alrededor. Por ello, vosotros, que siguiendo su consejo habéis elegido a Dios para poder estar delante en la proa, no dejéis quitar esa posición. ¡Tened cuidado de que el escarnio no se asiente sobre vosotros! Haced lo que os conviene conforme a vuestra condición para que no se agrande el daño, y el sol y la luna mengüen por completo, de forma que la cabeza y los miembros perezcan: ¡sólo con profunda preocupación se puede contemplar!
Si vivo, apelaré a la conciencia de otros muchos, y, a quien no quiera pensar en mis palabras, la capa de los necios le regalo.

Ilustración: El Papa y el emperador aparecen con sus atributos. Tras ellos, su séquito. Delante se arrodilla un necio, con expresión trágico-cómica, quien con una mano ofrece una capucha de necio, a la que aquéllos tienden la mano, y con la otra mano se rasca la calva. Otros dos necios observan la escena tras una vaya, uno divertido y otro compungido.