martes, 15 de abril de 2008

De las malas costumbres en la mesa

En la mesa se cometen muchas groserías, que con razón se llaman necedades: de ellas quiero hablar para concluir.

Si trato de escudriñar hasta el final todas las necedades, debo colocar con justicia al final del libro a algunos que se tiene por necios, en los que no había pensado antes; pues, aunque cometen muchos abusos con los que la buena educación resulta escarnecida, y son groseros y maleducados, sin embargo no están tan completamente ciegos como para vulnerar la honradez, como los que coloqué delante, o como para olvidar a Dios; sólo que en el beber y en el comer son muy groseros y poco experimentados, de manera que se les llama necios descorteses. No se lavan las manos cuando se quieren sentar a la mesa, o, cuando se sientan a la mesa, quitan el sitio a otros que deberían sentarse antes que ellos; olvidan tanto la razón y la cortesía, que se les tiene que decir: ¡Eh! ¡Levántate, amigo, y deja sitio! ¡Deja sentarse a éste en tu lugar!”. O el que no ha rezado la bendición del vino y del pan antes de ir a la mesa; o el que echa mano el primero a la fuente y se lleva la comida al hocico, delante de respetables gentes, señoras y señores, que él debería honrar con sensatez, para que cogieran primero y él no lo hiciera delante de ellos. Él tiene también tantas ansias de comer, que sopla en la sopa y en el puré, e hincha los carrillos como si fuera a pegar fuego su granero. Muchos salpican el mantel y la ropa, y vuelven a poner en la fuente lo que tan groseramente se les ha caído, lo cual produce desagrado en todos los comensales. También algunos son tan vagos, cuando llevan la cuchara a la boca, que dejan abierto el hocico sobre la fuente plana u honda, y sobre el puré, de manera que todo lo que se les cae vuelve a la fuente. Algunos son tan sabios de nariz, que huelen primero la comida, y causan desagrado y escándalo a otra gente. Otros mastican en la boca y lo arrojan enseguida sobre el mantel, la fuente o el suelo, de modo que a algunos le entran náuseas. Al que ha comido un bocado y lo pone después sobre la fuente o al que se inclina sobre la mesa y mira dónde está la buena carne y en buen pescado, aunque esté delante de otro, echa mano y lo trae hacia sí deprisa, y deja un plato delante de él, sin pasárselo a nadie más… a ése se le llama cuervo zampón: en la mesa sólo se conoce a sí mismo, y además se esfuerza y aplica por comer él solo toda la comida y por llenarse él solo y no conceder lo mismo a los demás. A este mismo le llamo yo limpiacamino, engrasapanza, llenabarriga. Un mal compañero de mesa es éste y se le llama tragón, que no deja esa mala costumbre de que, cuando la bienaventuranza le concede buena comida, no la reparte con los otros. También el que se llena los carrillos como si los tuviera llenos de paja; y el que, al comer, mira en torno a sí a todas las esquinas, como un mono, y observa a cada uno con ansia, no vaya a ser que coma más que él, y, antes de que se meta un bocado, él mismo ya ha tragado cuatro o cinco; y, para que no le sobre nada, todavía se lleva los platos a casa; y, para que no olvide nada, mira cómo pude limpiar las fuentes. Antes de tragar la comida tiene que echar un trago de la copa, y se hace una sopa con el vino y mueve los carrillos, y se siente tan acuciado, que una parte le sale por la nariz o riega por completo a su vecino el vaso o la cara.
Nueve tragos de paloma y un poquito de papilla, éste es ahora el modo de beber. La boca sucia no se la limpia nadie: en la copa nada la grasa. No alabo el chasquear con la lengua al beber, que con ello se molesta a otra gente. Si se sorbe entre los dientes, esa manera de beber no es de buen tono. Más de uno bebe con tan griterío como si viniera una vaca del heno. Beber después era en un tiempo signo de distinción, pero ahora sólo se necesita el pellejo y el vino, para poder beber rápidamente delante: levanta la copa y dice a uno “a tu salud”, para que esa copa haga gluglu; piensa así que honra a los otros dando la vuelta a la copa. No necesito esa cortesía, que se me llene el vaso delante o que se me ofrezca beber; yo bebo para mí, y para nadie más: quien le gusta llenarse es una vaca.
También es un necio el que parlotea solo a la mesa, y no deja a nadie meter baza, sino que todos tienen que oírle a él lo bien que sabe parlotear. A ningún otro le concede la palabra, pero su propia palabra va contra todos y calumnia constantemente a muchos que no están presentes. También el que se rasca en la tiña y mira a ver si no encuentra un venado, de seis patas, con un escudo de Ulm, que después destripa en el plato y pasa los dedos por la fuente para hacer una sopa de uñas. También cuando se limpia la nariz y se frota los dedos en la mesa. Otros están tan bien educados, que se apoyan en los brazos y en los codos y mueven la mesa, se ponen encima a cuatro patas, como hizo la novia de Geispitzhain, que junto al plato puso su pierna, y, cuando se inclinó a coger el velo, se le escapó un pedo encima de la mesa; y dejó salir un regüeldo, que si no se hubiera ido con cubos y no hubiera abierto la boca, no le quedaría un diente. Algunos muestran tan finas maneras, que untan muy aplicadamente el pan con las manos sucias en la salsa de pimienta, para que esté verdaderamente bien untado.
Es una ventaja servir: el mejor trozo se mueve y lo que no me gusta se lo paso gustoso a otro, así se abre camino para que yo pueda tratar de conseguir lo mejor, mientras que el otro recibe lo que yo no quiero; lo mejor para mí, y yo me callo. Muchos me han servido, y hubiera deseado que no hubiesen tocado nada, para que me hubiera quedado lo que estaba delante de mí y me gustaba más. Más de uno anda maquinando y gira la fuente sobre la mesa para que lo mejor quede delante de él. He observado a menudo que muchos practican esas aventuras y ofrecen ayuda a sus intenciones para que su panza quede bien llena.
Así que en la mesa hay muchas costumbres extrañas; si las contara todas, escribiría una leyenda completa: cómo muchos silban en la copa, o meten los dedo en el recipiente de la sal, lo cual muchos consideran muy grosero; en verdad, alabo esto mucho más que el que se coja la sal con el cuchillo: una mano limpia es mucho mejor y más limpio que la hoja de un cuchillo que se saca de la vaina y que muchas veces no se sabe si se ha despellejado con él un gato. Como desatino se puede también considerar golpear y partir en dos los huevos, y otras bufonadas por el estilo, de las que ahora no quiero hablar, pues eso son costumbres finas, y yo escribo aquí sólo de groserías, no de cosas sutiles y finas; si no, podría escribir una Biblia, si tuviera que describir todos los desatinos que se realizan al comer. Asimismo, no presto atención a, cuando hay algo en el vaso, si se sopla con la boca o se coge con el cuchillo o con una rebanada de pan; aunque esto último es la costumbre más fina, considero que se puede hacer todo. Pero donde se considera bueno que se haga todo con la copa y se cambie ésta por otra limpia, como es la norma entre los ricos, no se tiene derecho a criticar; para pobres no es esta inofensiva costumbre: el pobre se contenta con lo que Dios le da y aconseja, no necesita cultivar costumbres refinadas.
Por último, dígase la bendición; y, cuando se ha saciado uno d beber y comer, se dice “Deo gratias”. Y a quien no cumple esta obligación, no le tengo yo por sabio, sino que con razón puedo decir que lleva puesta la capa de los necios.