sábado, 12 de abril de 2008

La nave del País de las Maravillas

No pienses que los necios estamos solos: tenemos también hermanos mayores y pequeños; en todos los países, por doquier, sin fin es nuestro número de necios. Andamos dando vueltas por todos los países, desde Narbona al País de las Maravillas; después queremos ir hacia Montefiascone y al país de Narragonia. Visitamos todos los puertos y orillas, andamos dando vueltas con gran daño, pero no podemos encontrar la orilla a la que se debe arribar. Nuestro viaje no tiene final, pues nadie sabe dónde debemos llegar; y no tenemos descanso ni de día ni de noche, nadie de nosotros presta atención a la sabiduría. Además tenemos muchos compañeros, muchos satélites y cortesanos que van siempre detrás de nuestra corte, por que al final entran en la nave y viajan con nosotros buscando beneficio. Sin preocupaciones, razón, sabiduría y sentido, hacemos ciertamente un preocupante viaje, pues nadie cuida, mira, observa y atiende a las cartas y al compás marinos o al curso del reloj de arena. Aún menos a las estrellas, a dónde van Boyero, Osa, Arturo o Hiades. Por ello encontramos las Simplégades. De modo que las rocas nos dan un golpe al barco por ambos lados y lo aplastan hasta convertirlo en pedazos, y poco del naufragio flota. Nos atrevemos a pasar por Malafortuna, por ello apenas podemos llegar a tierra, por Escila, Sirte y Caribdis, y estamos fuera del buen camino. No es ningún milagro, por tanto, que veamos en el mar muchos animales maravillosos, como delfines y sirenas, que nos cantan dulces cantinelas y nos hacen dormir tan profundamente, que para nuestra arribada no hay puerto. Y tenemos que ver por fuerza al Cíclope con el ojo redondo, que le sacó Ulises sin que por su astucia le viera, y no pudiera infligirle más daño que rugir y mirar como un buey al que se le da un palo. El astuto se apartó de él y lo dejó gritar, lloriquear y llorar, pero le lanzó aún grandes piedras. Ese mismo ojo le vuelve a crecer mucho cuando ve al ejército de necios: lo abre tanto hacia ellos, que no les ve la cara; su boca pasea hacia las dos orejas para tragar a muchos necios. Los otros que se le escapan los alcanzará Antífates con su pueblo de los lestrigones, que se dedican a los necios, pues no comen otra cosa que carne de necio todo el tiempo y beben sangre en lugar de vino. ¡Ahí estará el albergue de los necios!
Homero ingenió todo esto para que se prestar atención a la sabiduría y no se osara irse al mar con ligereza. Con esto alabó mucho a Ulises, que dio sabios consejos y planes mientras estaba en la guerra de Troya y cuando, diez años después, anduvo con gran suerte por todos los mares. Cuando Circe, con el poder de su bebedizo, convirtió a sus compañeros en figura de animal, Ulises fue tan sabio que no tomó bebida ni comida hasta que superó en su engaño a la pérfida mujer y liberó a todos sus compañeros con una hierba que se llama moly. Así le ayudó al astuto su sabiduría y prudente consejo para librarse de muchas penalidades, pero, como quería siempre viajar, a la larga no se pudo librar: al final le llegó un viento contrario que rápidamente destrozó su nave, de modo que se ahogaron todos sus compañeros y se hundieron todos los remos, la nave y las velas. No obstante, su sabiduría vino en su ayuda, de manera que nadó él solo, desnudo, a la orilla y pudo contar muchas desgracias pero fue asesinado por su hijo, cuando llamó a su propia puerta; aquí no le pudo ayudar la sabiduría. No le reconoció nadie como su señor en toda la corte, sólo los perros, y murió porque no se le quiso conocer como se debía en justicia.
Con esto vuelvo a nuestro viaje: nosotros buscamos beneficio en este barro, por ello tendremos pronto un mal final, pues se nos rompen el mástil, las velas y las cuerdas y no podemos navegar en el mar; las olas son difíciles de remontar: cuando uno piensa que está arriba, lo empujan abajo. El viento los lleva arriba y abajo: la nave de los necios no volverá nunca, cuando se haya hundido por completo. No tenemos ni sentido ni astucia para nadar a la orilla, como hizo Ulises después de su desgracia, quien sacó más nadando desnudo de lo que perdió y encontró en casa.
Navegamos sobre el resbaladizo borde de la desgracia, las olas golpean por encima de la nave y nos cogen muchas barcas de salvamento, también se apoderan de los marineros y, al final, lo mismo le ocurre a los capitanes. La nave se queda desierta en las oscilaciones, y puede encontrar muy fácilmente un torbellino que engulla al navío y a los navegantes. Toda ayuda y consejo nos han abandonado, nos iremos a pique, el viento nos lleva con violencia. Un hombre sabio se queda en casa y obtiene de nosotros una buena enseñanza, no osa echare al mar con ligereza, a no ser que pueda luchar con los vientos, como hizo Ulises en su día, y, si el barco se hunde, que sepa nadar a tierra firme.
Dado que muchos necios se ahogan, acuda presto cada uno a la orilla de la sabiduría y coja el remo en la mano, para que sepa dónde desembarca; el que es sabio, llega a tierra como se debe: ¡pero hay necios bastantes! El más inteligente es el que él mismo sabe bien lo que se debe hacer y dejar de hacer, y al que no hay que enseñar, sino que él mismo ensalza sabiduría; es también inteligente el que oye a otros y aprende de ellos educación y sabiduría; pero quien no sabe en absoluto, cuente entre los necios. Si éste ha perdido esta nave, espera hasta que llegue otra; encontrará bastante compañía para cantar el Gaudeamus o la Canción en tono de necios. Hemos dejado a muchos hermanos fuera, también así la nave se irá a pique.

Ilustración: La nave de los necios va completamente cargada de necios, algunos de los cuales cantan y lloran. Destaca en el centro uno que mira hacia arriba y sostiene una bandera en la que se ve a un necio y se lee “doctor Maña”. En la parte inferior, otro necio es echado al agua. Sobre el barco aparecen notas musicales de la canción “Estemos todos contentos” y una cartela con la inscripción “Hacia Narragonia”.