domingo, 13 de abril de 2008

El desprecio de la desgracia

Un necio es quien no entiende cuando le sucede una desgracia que se tiene que preparar sabiamente: la desgracia no quiere ser despreciada.

A más de uno no le va bien con la desgracia, pero lucha tras ella siempre como un loco; por ello no le debe maravillar si se le va el barco a pique: aunque la desgracia sea aún pequeña, raramente viene sola, pues, según dice el viejo proverbio: “La desgracia y el cabello crecen todos los días”. Por eso, cámbiese el principio, que no se sabe a dónde tiende el final. Quien se arriesga a ir al mar, necesita suerte y buen tiempo, pues tras sí navega rápidamente el que quiere navegar con viento contrario. El sabio aprende a navegar con viento de popa; el necio, pronto ha hecho zozobrar la nave. El sabio sujeta en su mano el timón y anda con facilidad hacia tierra; el necio no maneja al timón, por ello a menudo naufraga. El sabio guía a otros y a sí mismo; el necio se echa a perder antes de darse cuenta. Si no se hubiera conducido sabiamente Alejandro en alta mar, que le lanzó su nave a un costado, y no se hubiese guiado por el tiempo, se habría ahogado en el mar, y no habría muerto del vino envenenado.
Pompeyo tenía gran fama y honra por haber limpiado los mares y haber expulsado a todos los piratas, pero cayó en Egipto.
Los que tienen sabiduría y virtud nadan desnudos bien a tierra: así dice Sebastián Brant.

Ilustración: Un necio está sentado en una barca que hace agua, está casi partida por la mirad y apenas tiene la vela sujeta. Aunque con angustia, sigue, sin embargo, testarudo en su camino, sin dirigirse a la ciudad que se ve al fondo.