viernes, 18 de abril de 2008

Disculpa del poeta

Es un gran necio y un gran ignorante quien paga a los trabajadores antes de acabar; no puede triunfar honradamente en el mercado el que no trabaja para un pago futuro. Muy raramente se merece el salario que previamente ya se ha comido. Por ello, se me habría pagado de antemano para que hubiera tratado bien a los necios: habría hecho poco caso a ello; además ahora ya estaría consumido el dinero, si no me hubiera proporcionado más seguridad, porque todo lo que existe sobre la tierra, es considerado como inútil necedad. Si hubiera hecho este libro por dinero, me temo que no habría recibido gran recompensa; hace tiempo que lo habría dejado ya; pero no lo dejé: por la honra de Dios y el provecho del mundo lo hice, no he visto ni favor ni dinero ni ningún otro bien temporal, lo cual Dios bien me puede atestiguar, pero sé que no puedo quedar totalmente sin castigo por mi libro. De los buenos quiero aceptar su crítica y objeciones, aprender; ante Dios puedo atestiguar: si hay algo aquí en lo que miento, o que sea en contra de la doctrina de Dios, de la salvación del alma, de la razón y la honra, soportaré con paciencia el reproche; no quiero tener culpa en la Fe, y pido a todos que se tome por bueno y no se interprete como malo, ni se saque de ello enfado o escándalo, pues ¡para eso no lo escribí! Pero sé que me sucede igual que a la flor que hermosamente florece; de ella la abejilla saca miel, pero, cuando sobre ella viene una araña, busca ésta el veneno para su provecho. Esto tampoco se deja de hacer aquí; cada cual obra según su forma de ser. Donde no hay nada de bueno en una casa, no se puede sacar algo bueno fuera. Quien no guste oír la verdad, se quejará de mí con tanta mayor frecuencia, y en sus palabras se oirá qué clase de bufón es.
He visto a más de un necio que se levantaba derecho y erguido de orgulloso como el cedro del Líbano, que se creía libre de necedad, pero, cuando esperé un poco, se le había ido la jactancia, tampoco se podía encontrar el lugar donde este necio había vivido. ¡Quien tenga oídos, que se fije y oiga! Yo callo: el lobo no está lejos de mí. Un necio critica a muchos antes de tiempo, no sabiendo lo que a éstos hace daño. Si cada uno tuviera que ser la espada del otro, se daría cuenta pronto de lo que le aprieta. Quien quiera, que lea este libro de los necios, yo sé bien dónde me aprieta el zapato; por ello, cuando me quieren criticar y dicen “médico cúrate a ti mismo, pues tú eres también de nuestra banda”, yo sé y confieso a Dios que he cometido muchas necedades y tengo que ir en la orden de los necios; por fuerte que tire de la caperuza, nunca me abandonará. Pero he empleado mucha aplicación y seriedad, de manera que, como ves, han aprendido que yo ahora conozco a muchos necios y tengo deseo, si Dios quiere, de mejorarme con el tiempo, mientras Dios me conceda su Gracia. Cada cual mire de no equivocarse, de que no se le quede el rastrillo; la clava se hace vieja en su mano; adviértase esto a todos los necios.
Así concluye Sebastián Brant, que la sabiduría a todos aconseja, sea quien sea y esté donde esté. ¡Ningún buen trabajador lega demasiado tarde!