viernes, 11 de abril de 2008

De la recompensa de la sabiduría

A la ciencia aspira más de un necio, a cómo se hace pronto maestro o doctor, a que se le tenga por una luz del mundo, y, sin embargo, no puede considerar cómo aprender la verdadera ciencia, con la que él se dirige al cielo, ni que toda la sabiduría de este mundo es, comparada con Dios, una necedad. Muchos se creen en el camino verdadero, pero se pierden en el sendero que lleva a la verdadera vida. Dichoso aquel que no se pierde en el camino cuando lo ha encontrado, pues a menudo sale un sendero secundario, de modo que uno pronto se sale del camino, a no ser que Dios no le deje.
Hércules, en su juventud, pensó qué camino quería tener en cuenta, si quería ir en pos del placer o permanecer sólo en la virtud. En esta meditación, llegaron hasta él dos mujeres, que, aunque no dijeron palabra, pronto reconoció bien por su forma de ser: una estaba llena de dicha y hermosamente adornada; con dulces palabras, le prometió placer y alegría, el final sería, sin embargo, la muerte con dolor, y después ninguna alegría ya ni placer. La otra parecía pálida, triste y severa y tenía un aspecto serio, sin alegría; dijo: “No prometo ningún placer, ningún descanso, sólo trabajo en tu sudor; ve de virtud en virtud, hijo; a cambio de ello recibirás una recompensa eterna.” A esta última siguió Hércules; rehuyó siempre el placer, el descanso y la alegría.
¡Si quisiera Dios que todos ansiásemos vivir conforme a nuestra complacencia y que ansiásemos también al mismo tiempo tener una vida virtuosa! ¡En verdad rehuiríamos más de un sendero que nos lleva el camino de los necios! Pero, dado que todos nosotros no queremos pensar dónde vamos a terminar, y vivimos parpadeando en la noche, no prestamos atención al buen camino, de manera que muy a menudo no sabemos siquiera a dónde nos conducen nuestros pasos. De ello resulta que todos los días nos produce remordimientos nuestro plan; cuando lo conseguimos, no sin dolor, tanto más lo ansiamos. Esto se debe sólo a que todos nosotros tenemos un ansia innata por que se nos conceda a fin de cuentas en la tierra el bien más alto. Pero como esto no pudo ser y andamos errantes en las tinieblas, Dios ha dado la luz de la sabiduría, para iluminar nuestro semblante y terminar la oscuridad cuando nos volvemos a ella; nos muestra pronto la diferencia entre el camino de los necios y el de la sabiduría. Esta sabiduría persiguieron Pitágoras, el gran Platón, Sócrates y todos los que por su enseñanza han conseguido gloria y honra eternas, aunque nunca pudieron demostrar que aquí encontraron la verdadera sabiduría. Por eso de ellos dice Dios nuestro Señor: “Quiero desechar la ciencia y la enseñanza y la sabiduría de aquellos que son sabios aquí y enseñan esto a los niños pequeños”. Son todos aquellos cuya sabiduría ha adquirido allí en la patria de arriba; quienes han aprendido esta sabiduría, serán honrados por toda la eternidad y brillarán como el firmamento; a los que han reconocido siempre lo justo y se han instruido en ellos, y a otros muchos, los comparo yo al lucero del alba, de oriente, y a la estrella vespertina, hacia el occidente. Bion el maestro nos dice cómo los pretendientes de Penélope nunca alcanzaron su meta y, por ello, andaban con las doncellas de ésta; así hacen los que aquí no pueden comprender por completo el esplendor de la verdadera sabiduría, pero que se acercan a ella mediante el adorno de la virtud (que son sus doncellas).Toda la alegría del mundo tiene un triste final. Que cada cual mire a dónde se dirige.