viernes, 21 de diciembre de 2007

De la insolencia frente a Dios

Quien dice sólo que Dios es misericordioso, y no justo al mismo tiempo, tiene un juicio como los gansos y las cerdas.

Bien se unta con grasa de burro y tiene la caja colgada del cuello quien osa decir que Dios nuestro Señor es misericordioso y no se encoleriza mucho cuando se comete un pecado, y considera los pecados tan poca cosa, que los tiene por absolutamente humanos. Dios no habría creado el reino de los cielos precisamente para los gansos; siempre se han cometido pecados y no se empieza hoy a pecar. Puede contar la Biblia y otras muchas historias, pero no quiere entender que está descrito después por doquier el castigo con calamidades y con venganza, y que Dios, a la larga, nunca soportó que le golpeara en una mejilla. Dios no es bohemio o tártaro, pero entiende bien sus lenguas. Si bien su misericordia carece de medida, de número y de peso, y es infinitamente grande, así también permanece, no obstante, su justicia, y castiga los pecados por los siglos de los siglos a todos los que no obran bien, muy a menudo hasta la novena generación. La misericordia, a la larga, no permanece si Dios abandona la justicia. Cierto es que el cielo no pertenece a los gansos; pero tampoco una vaca, un necio, mono, burro o cerdo entrarán en él en toda la eternidad. Y lo que pertenece a la parte del demonio, nadie en absoluto se lo quitará.

Ilustración: En un establo comen gansos y cerdas. Un necio, medio desnudo y con una gran cuchara en la mano y una lata en torno al cuello, los mira.