sábado, 8 de diciembre de 2007

De los necios viejos

Por más que tento un pie en la tumba y llevo el cuchillo de desollar en el culo, mi necedad no puedo abandonar.


Mi necedad no me deja ser anciano. Soy muy viejo, pero también muy ignorante; un niño malo de cien años. Delante de los jóvenes llevo cascabeles y a los niños imparto enseñanza, y me hago a mi mismo un testamento que me pesará tras la muerte. Doy ejemplo y mal consejo, y practico lo que en mi juventud aprendí. Quiero que se me honre por mi maldad y me atrevo a vanagloriarme de mi ignominia, de que he engañado a muchos países y he enturbiado mucha agua. En el mal me ejercito de continuo y lamento ya no poderlo realizar como en mis viejos tiempos; pero lo que ahora ya no puedo hacer, se lo encomendaré a Enrique, mi hijo, quien hará lo que yo le he dejado. Éste ya se asemeja ahora mucho a mí en su mala calaña, no se detendrá ante nada y viajará también en la nave de los necios. Me deleitará después de mi muerte que me sustituya tan perfectamente. De tales cosas se ocupa ahora la vejez. La senectud ya no quiere tener sabiduría. Los jueces de Susana mostraron bien qué confianza se debe conceder a un viejo. Un necio viejo no cuida su alma; difícil es obrar bien si no se está acostumbrado a ello.


Ilustración:Un viejo necio tiene un pie en la tumba y un cuchillo clavado en el trasero. Arriba se lee "Haintz" ("necio"), y debajo del nombre hay un blasón vacío, en el que cada cual puede poner su propio nombre.