viernes, 14 de marzo de 2008

Del desprecio de Dios

A quien cree que Dios no le va a castigar porque Él acostumbra esperar, le fulmina a menudo el rayo antes de declinar el día.

Un necio es quien desprecia a Dios y noche y día le contradice, pensando que Él es como los hombres, que calla y deja que de Él se burlen. Pues muchos tienen por seguro que, si el rayo no les incendia al punto la casa y los fulmina cuando cometen su fechoría, o no mueren pronto, no tienen por qué seguir temiendo, pues Dios se ha olvidado de ellos y esperará aún muchos años y hasta puede que les recompense por su acción. Así ofende a Dios más de un necio que persevera en su pecado; dado que Dios a veces no se ocupa de ellos, dan en la idea de tirarle de la barba, como si quisieran bromear con Él y Dios hubiera de soportarlo.
¡Escucha insensato! ¡Se sabio, necio! ¡No confíes en tales aplazamientos de tu deuda! Gran suplicio, en verdad, padece el que cae en manos de Dios; pues, aunque tenga contigo indulgencia mucho tiempo, se te pasarán cumplidamente las cuentas de la espera. A muchos permite pecar Dios nuestro Señor para castigarlos después con mayor severidad y para que le paguen todo de un golpe: se dice que eso deja limpia la bolsa. A algunos que mueren en pecado venial, Dios les concede la gracia de llevárselos a tiempo de este mundo, para que no se echen muchos pecados a sus espaldas y ello redunde en mayor prejuicio para la salvación de su alma. Dios ha prometido a todos los arrepentidos su perdón y misericordia. Mas nunca prometió a ninguno que le dejaría vivir hasta que se arrepintiera y corrigiera o asumiera el propósito de la enmienda. A menudo concede Dios su gracia hoy a algunos, pero mañana ya no quiere otorgársela. Ezequías consiguió de Dios no morir a llegar su día, y vivió aún quince años; por el contrario, a Baltasar le llegó su final antes de tiempo a causa de sus pecados. La mano que le apartó de todos los placeres fue la que escribió mené, tequel, ufarsin; era demasiado ligero para el buen peso, por lo que se le privó de su luz; y no reparó en que su padre había sido castigado por Dios muchos años antes y se había corregido y había hecho penitencia, por lo que el Señor lo escuchó, y no murió en forma de bestia, sino que por su arrepentimiento consiguió la Gracia y el tiempo para la expiación.
A cada mortal se le ha fijado un tiempo de vida y el número de sus pecados, nada más; por ello, nadie se apresure a pecar, que quien mucho peca, pronto llega a la meta. Muchos han muerto ahora en este año: si se hubieran enmendado antes y hubieran girado a tiempo su reloj de arena, ésta no se habría consumido, y, sin duda, seguirían viviendo aún en este día.

Ilustración: Cristo, con corona en forma de rayos y el globo imperial en una mano, camina descalzo por el campo. Un necio le tira de la barba. El cielo se abre y caen sobre el necio truenos y granizo (cuñas y piedras).