lunes, 10 de marzo de 2008

Del desprecio de la pobreza

A estos necios nada contenta en el mundo, a no ser que huela a dinero. Su sitio está también en el campo de los necios.

Los necios del dinero son también tantos por doquier, que no se conoce el número de quienes prefieren tener dinero que honra. De la pobreza hoy ya nadie quiere saber; muy raramente pueden hoy subsistir los que en la casa tienen virtud, pero nada más. Ya no se rinde homenaje a la sabiduría, la honradez tiene que estar muy atrás; y muy difícilmente llega ésta a hacer carrera, se quiere ahora que de ella se calle; y quien la riqueza se aplica, mira también de hacerse pronto rico y o retrocede ante el pecado, el crimen, la usura, la infamia y también la traición a su país; esto es hoy común en el mundo. Toda maldad se encuentra hoy por dinero: la justicia por dinero se rescatara; por dinero queda mucho pecado impune. Y te digo en cristiano cómo lo entiendo: sólo a los pequeños mosquitillos envuelve en su red. Acab no se contentó con todo su reino y quiso tener también el huerto de Nabot: por ello murió injustamente el pobre honrado.
Sólo el pobre tiene que entrar en el saco; lo que dinero trae, bien sabe. La pobreza, que ahora en nada se tiene, era antaño querida y muy respetada, y cara a la época áurea. Allí nadie había que estimara el dinero o que poseyese algo en exclusiva: todas las cosas están allí comunes y se daban por contentos con lo que la tierra sin fatigas y la naturaleza sin preocupaciones regalaba. Mas cuando se usó el arado, se empezó también a ser codicioso y surgió el “¡si fuera mío lo tuyo!” Todas las virtudes seguirían en la tierra si sólo se anhelase lo provechoso. La pobreza es un don de Dios, por mucho que hoy sea la mofa del mundo; esto viene sólo de que no hay nadie que recuerde que la pobreza no echa nada en falta y que nada puede perder quien antes nada tiene en el saco y que fácilmente puede nadar lejos quien está desnudo y sin nada encima. El pobre canta libre por el bosque, al pobre raramente se pierde algo. El pobre tiene la libertad de poder ir a mendigar, aunque se le mire mal; y, aunque nada se le dé, no por ello tiene menos. En la pobreza se encontraba mejor consejo que el que diera nunca la riqueza: Quinto Curio lo evidencia, y el famoso Fabricio, que no quiso tener bienes y dinero, sino que eligió el honor y la virtud. La pobreza ha dado fundamento y principio a todo gobierno; la pobreza ha erigido todas las ciudades; la pobreza ha descubierto todo saber; de toda maldad está libre la pobreza; de la pobreza todo honor puede florecer; en todos los pueblos de la tierra ha sido largo tiempo apreciada la pobreza; sobre todo los griegos sojuzgaron con ellas muchas ciudades, gentes y naciones. Arístides fue pobre y justo; Epaminondas, severo y recto; Homero fue pobre e ilustrado; por su sabiduría fue respetado Sócrates, y en generosidad nadie supera a Foción. Este encomio recibe la pobreza de la Escritura: nada tan grande existió nunca en la tierra, que no fluyera en un principio de la pobreza. El Imperio romano y su gran fama proceden primeramente de la pobreza. Quien observe y advierte que Roma fue fundada por pastores, gobernada mucho tiempo por campesinos pobres y conducida después al desastre por la riqueza, puede apreciar bien que más aprovechó a Roma la pobreza que la gran riqueza. Si Creso hubiera sido pobre y sabio, habría conservado lo suyo. Cuando se preguntó a Solón si había alcanzado la verdadera felicidad, pues era poderoso, rico y respetado, contestó: “No se debe aquí en la tierra llamar a nadie dichoso antes de morir, pues no se sabe lo que después le acontece.” Quien cree que ahora está todavía seguro, no conoce, sin embargo, el futuro. Dijo el Señor: “A vosotros, dolor y aflicción; vosotros los ricos tenéis aquí vuestra dicha y disfrutáis de vuestros bienes; ¡bienaventurado el pobre de libre espíritu!”. Quien acopia bienes gracias a mentiras, despreciable es y muy cobarde, y alimenta su propia desdicha de quedar colgado en la soga de la muerte. Quien comete injusticia contra un pobre, queriendo con ello multiplica sus bienes, encontrará a otro más rico al que se los entregará, quedando él en la pobreza. No pongas tus ojos en los bienes que huyen continuamente de ti, pues al punto consiguen plumas, como el águila, y vuelan en el viento. Si fuese bueno ser rico aquí en la tierra, no habría sido Cristo un dechado de pobreza. Quien dice que nada le falta, a no ser que su bolsa no tiene un penique, desnudo está de toda sabiduría. Le falta más de lo que puede decir: sobre todo, que no ve que es más pobre aún de lo que se imagina.