lunes, 31 de marzo de 2008

Regalar y arrepentirse

Un necio es quien de continuo se lamenta de lo que no puede cambiar; o se arrepiente de haber hecho el bien a aquel que no lo sabe comprender.

Un necio es quien regala y no lo hace de buen grado, y aun mira irritado y con odio que nadie obtenga a cambio ningún contento. Pierde así obsequio y recompensa el que tanto se arrepiente de su regalo. Sucede así también a quien hace alguna buena obra por honrar a Dios y cumplir su voluntad, mas se arrepiente y apena si Dios no le concede al punto su recompensa.
Quien quiera, pues, regalar dignamente, hágalo sonriendo y con la alegría del buen compañero, y no diga "¡en verdad, a disgusto lo hago!", si no desea quedarse sin reconocimiento y recompensa. Tampoco Dios muestra aprecio por el don de quien no sabe regalar con alegría. Que cada cual conserve lo suyo, a regalar no ha de obligarse nadie. Sólo del corazón libre procede el regalo que a cada cual bien conviene. El agradecimiento raramente se pierde: aunque a veces tarda en llegar, de costumbre acaba por hacerse justicia, pues lo uno por lo otro se acomoda al orden debido. Aunque alguien sea ingrato, se encuentra, no obstante, frente a tal deshonor, a algún sabio agradecido que todo lo puede recompensar. Más quien siempre está recordando y echando en cara los regalos que ha ofrecido, no quiere darse por contento con el apretón de manos y no quiere esperar a su recompensa. Refregar a uno por las narices los regalos, es de todo punto grosero. Por encima del hombro se mira a quien sólo sabe echar en cara sus buenas obras. Y, además, ningún beneficio obtiene con ellos.

Ilustración: Un necio regala a un anciano una bolsa, al tiempo que se rasca la cabeza como dudando si hace bien.

domingo, 30 de marzo de 2008

Del descarrío en los días festivos

A la iglesia deberían ir y las fiestas deberían guardar algunos que a muchos trabajos se dedican.

Habitantes de Montenecios son quienes dejan todos sus asuntos y trabajos sólo para las fiestas de guardar: ¡Al carro de los necios deben ir! A uno hay que herrarle los caballos, al otro coserle los botones; lo cual se debería haber hecho antes, cuando estaban jugando y dándole al vino en la cantina. A ése se le rellenan las puntas de los zapatos, y mucho trapos hay que meter en ellas; a aquel hay que probarle varias levitas y pantalones, que, si no se hiciera en día de fiesta, no se podría poner. Los cocineros preparan el fuego y las brasas antes de que la iglesia abra por la mañana; así se puede llenar aquí muy bien la panza y darse el gran festín. Antes de que alguien salga a la calle, las tabernas están ya casi a tope.
Hoy en día se hace continuamente el loco; sobre todo en las fiestas de guardar, cuando no hay que resolver otros asuntos, se anda con los carros. El día festivo convierte a muchos en necios, pues creen que ese día ha sido pensado para que Dios pase por alto los pequeños trabajos, para que se tale la madera en el tablero y se pase todo el día jugando a las cartas. Muchos hacen trabajar a la servidumbre, sin preocuparse de que siervos e hijos vayan a la iglesia, a la homilía y a los oficios divinos o de que se levanten temprano para la misa. Primero quieren terminar de hervir bien el hidromiel que han macerado en la semana.
No hay oficio del que no pueda decirse que nada hace en los días festivos; tan obsesionados estám por el penique como si ya no hubiera más días en la tierra. Parte anda de cháchara en la calle; los otros están sentados jugando y comiendo y bebiendo, y a alguno se le va ahí en el vino más de lo que gana con el trabajo de una semana. Un tacaño y chapucero tiene que ser quien no quiera sentarse a beber por el día y por la noche, hasta que cante el gato o sople el viento de la mañana.
Los judios se mofan mucho de nosotros, de cuán gran honra rendimos a los días de fiesta (que ellos tienen en tan alta y sagrada estima), y no quisiera meterlos en la nave de los necios, si no anduvieran todo el tiempo errando por ahí como un perro rabioso. Un pobre recogió leña en día festivo, y sólo por ello fue lapidado. Los macabeos no quisieron aprestarse para la lucha en el día sagrado, y muchos de ellos fueron asesinados. No se recoje en día festivo el maná, como Dios ordenó. Mas nosotros trabajamos sin necesidad y reservamos para el día de fiesta muchas cosas que no queremos hacer otros días.
¡Oh necio, guarda y honra el día del Señor! Hay aún muchos días más de la semana, cuando tú te pudres en la tierra. De la avaricia proceden todos los vicios.

jueves, 27 de marzo de 2008

De la esperanza de heredar

Algunos se alegran de los bienes de los demás, de cómo recibirán de ellos una buena herencia y los llevarán a la tumba; pero éstos varean las nueces con los huesos de aquellos.

Un necio es quien con desmedida ansia espera heredar a otro o piensa sucederle, tras su muerte, en sus bienes, prebendas y cargos. Algunos se alegran con la muerte de otro, cuyo fin nunca llegarán a ver; piensan llevar a la tumba a uno, que con los huesos de ellos vareará las peras. Quien confía en la muerte de otro, sin saber cuándo le abandonará su propia alma, hierra al asno que le llevará a Montenecios. Muere gente joven, fuerte, alegre; así se encuentran también muchas pieles de ternero: no sólo se necesitan vacas. ¡Conténtese cada cual con su pobreza y no suspire por acrecentarla! En el mundo anda todo completamente del revés: Bulgaro heredó también de su hijo, sin haber esperado nunca tener que hacerlo. Príamo vio morir a todos sus hijos, que deseaba que fueran sus herederos; Absalón buscó la muerte de su padre y obtuvo su herencia en una encina.
A algunos les viene por la noche una herencia en la que nunca habían pensado; otros reciben una herencia que mejor sería que la recibiera un perro. No a todos se le cumplen sus deseos como a Abraham y a Simeón. ¡Preocupaos tan poco como los pájaros! Cuando Dios quiere llega la felicidad, el tiempo, el fin y la meta. La mejor herencia se halla en aquella patria a la que todos esperamos arribar, pero que muy pocos llegan a alcanzar.

Ilustración: Un clérigo necio está herrando sobre el yunque a un asno, mientras la muerte, representada como un esqueleto y sentada sobre el burro en sentido contrario al de la marcha, trata de golpear con una tibia un nogal.

martes, 25 de marzo de 2008

Usura y acaparamiento

Los usureros practican un oficio ilegítimo, rudos y duros son para los pobres y no les importa que el mundo entero perezca.

A la caperuza hay que echarle mano y sacudirle bien las pulgas y arrancarle las plumas de las alas a quien acapara y oculta en casa más que lo que necesita, a quien arrambla con todo el vino y el grano por el país entero, sin tener ni pecado ni deshonra, para que el pobre no encuentre nada y muera de hambre con su mujer y sus hijos. Por ello es hoy la vida tan cara, y estamos hogaño peor que antaño. Últimamente el vino valía apenas diez libras, y en un mes ha subido tanto, que ahora cuesta bien a gusto treinta; lo mismo sucede con el trigo, el centeno y la espelta. Y no quiero hablar de los réditos de la usura, que se practican con intereses y pagos en especie, con préstamos, compras a bajo precio y con créditos. Muchos ganan una libra por la mañana, más de lo que se debe ganar en todo el año. Calderilla le prestan hoy a uno a cambio de oro. En lugar de diez, se escriben once en el libro. Los intereses de los judíos eran bastante soportables, pero no pueden seguir así: los cristianos judíos ahora los expulsan, y ellos mismos corren con la lanza del judío. Conozco a muchos, que no quiero citar, que practican un comercio ilícito, y sobre ello calla toda la ley y el derecho. Muchos de ellos se inclinan agradecidos ante el granizo, apuntan riendo hacia las heladas.
Mas sucede también muy a menudo que alguno se cuelga en la soga. Quien quiere ser rico a costa de la comunidad, un necio es... pero no sólo un necio.

Ilustración: En una ciudad bien perfilada aparecen toneles, sacos, y un recipiente de medida. Tras los sacos, un usurero necio y gordo que está a punto de desplumar a un comprador con el rostro demacrado. El usurero jura con la mano derecha y el comprador mete la mano en el bolso.

lunes, 24 de marzo de 2008

La fatuidad del orgullo

A quien es orgulloso y se alaba a sí mismo y quiere estar sentado él solo en lo más alto, el diablo lo pone de señuelo sobre su trampa.

Fuego enciende sobre tejado de paja el que consagra su vida a la gloria en este mundo y todo lo hace por honores pasajeros; a la postre sólo le queda que su desvarío le ha mentido como a quien construye sobre el arco iris. A quien levante una bóveda sobre una columna de abeto, se le arruinará su plan antes de tiempo; el que ansía aquí la gloria y la honra mundanal, no espere que se le aumenten en el más allá.
Más de un necio mucho se pavonea de venir de países latinos y de haberse hecho sabio en escuelas lejanas, en Bolonia, En Pavía y París, y de haber adquirido la sapiencia en la alta Siena, y también en la escuela de Orleans, y de haber visto a Roraffe y al maestro Pedro de Conniget. Como si en la nación alemana no hubiera también juicio, sentido y excelentes cabezas para poder aprender la ciencia y la sabiduría, sin necesidad de ir tan lejos a las escuelas. Quien desea estudiar en su país, encuentra ahora libros de todo género, de modo que nadie puede poner disculpas, a no ser que quiera mentir como un bellaco. Se pensaba antaño que no existía buena formación más que en Atenas, allende el mar; después se encontró entre los italianos; ahora se la ve también en Alemania, y nada nos faltaría, a no ser el vino y que nosotros alemanes queremos estar como cubas y ganar sin trabajar. ¡Feliz quien tiene un hijo sabio!
No tengo en mucho el que se posea gran saber buscando con ellos la vanidad y el lucro y que se piense llegar a estar orgulloso y a ser inteligente: quien es sabio, suficiente saber posee. Quien estudia por vanidad y por dinero, se mira al espejo sólo para el mundo, igual que la necia que se maquilla y se mira al espejo para deslumbrar al mundo, abriendo la red del diablo haciendo que vayan al infierno muchas almas. Ella es el mochuelillo de reclamo y la vara de la trampa, con los que el demonio busca gran encomio y se ha llevado a muchos que antes creían ser inteligentes. Balam dio a Balac un consejo, de suerte que Israel encolerizó a Dios y no pudo vencer en el combate, sino que por causa de las mujeres tuvo que huir. Si Judit no se hubiera ataviado con tantas galas, no habría seducido a Holofernes. Jezabel se pintó sobremanera cuando quiso gustar mucho a Jehú. El sabio dice: “¡Vuelve presto la espalda a las mujeres! ¡Ellas te incitan a pecar!”. Pues muchas necias son tan alocadas, que pronto ofrecen al primero que pasa su mirada, pensando que no les va a traer ningún mal el mirar sin recato al necio. En verdad, la mirada trae consigo malos pensamientos y pone a algunos en el banco de los necios, sin que pueda escapar de él fácilmente hasta haber capturado el arrendajo. Si Betsabé hubiera cubierto su cuerpo, no habría resultado mancillada por el adulterio. Dina quería mirar a unos hombres extranjeros, hasta que perdió su virginidad. La mujer modesta digna es de honra y merecedora de ser respetada; mas aquella que abraza el orgullo, que es también completamente ilimitado, quiere estar asimismo siempre en primera fila, de modo que nadie puede vivir en su compañía. La mayor sabiduría que hay en el mundo es saber hacer lo que a cada cual le place; y si esto no se tiene por bueno, al menos saber hacer lo que a cada uno le conviene. Pero quien quiera contentar a las mujeres, tendrá que ser a la postre más fuerte que un guerrero, pues muy a menudo consiguen más con su fragilidad que con su astucia.
El orgullo de aquellos que Dios tanto odia, sube incesantemente, cada vez más y más, pero al final cae al suelo, a los dominios de Lucifer, en la sima del infierno. Escucha, orgullo; te llega la hora en que estas palabras saldrán de tu propia boca. “¿Qué alegría me trae mi altivez, cuando estoy aquí inmerso en tribulaciones y sufrimientos? ¿De qué me sirven dinero, bienes y riquezas? ¿Para qué la honra, la fama y la gloria de este mundo? ¡No ha sido más que una sombra, que se desvanece en un instante!” ¡Dichoso aquél que todo eso ha despreciado y sólo a la Eternidad ha dirigido su mirada! Nada cree demasiado alto el necio en este mundo, pero todo acaba por caer con él, y, en especial, el ignominioso orgullo, que tiene en sí la condición y el poder de expulsar del cielo al ángel de más alto rango y de no dejar tampoco en el paraíso al primer hombre. El orgullo no puede sobrevivir en la tierra, tiene que buscar siempre su asiento; junto a Lucifer, en el lodazal del infierno, busca el que se ha ideado: el orgullo lleva pronto al fuego eterno. Agar fue expulsada de casa, con su hijo, por su orgullo; y por orgullo encontró su perdición el faraón, y murió Coré con sus secuaces. El Señor montó en cólera cuando con vano orgullo se construyó la torre; cuando David, por orgullo, hizo contar a su pueblo, tuvo que elegir una plaga; Herodes se vestía con tanto orgullo como si su naturaleza fuese divina, y quería también recibir honores propios de Dios, por lo que fue duramente golpeado por el ángel.A quien practica el orgullo, Dios le humilla; mas al humilde, siempre lo ensalza.

Ilustración: Una mujer, sentada en una vara que sujeta el diablo (escondido en la maleza) se mira al espejo. Ambos tienen semblantes satisfechos (mucho más el diablo), aunque por razones distintas. El símbolo del fuego del infierno se aprecia ya bajo la parrilla a los pies de la mujer.

sábado, 22 de marzo de 2008

Del charlar en el coro

En el coro se encuentran también muchos necios que charlan, ayudan y aconsejan sin tino ni sentido: su barco y barquilla pronto de tierra firme se alejan.

Se encuentran muchos en la iglesia y en el coro que charlan y debaten todo el año sobre cómo aprestar la nave y la barquilla para navegar hacia Narragonia. Allí se habla de la guerra francesa, allá se mira de mentir con diligencia y de poner algo nuevo en circulación. Así se empiezan los maitines y la cosa se prolonga muchas veces hasta las vísperas. Muchos no vendrían si no les empujara la codicia y no se diera el dinero en el coro; si no fuera así, pasarían muchos años sin pisar la iglesia. Para alguno sería mejor, ciertamente, y más provechoso, quedarse todo el año en casa e instalar en otro sitio su banquito de chismorreo y su mercado de gansos, que querer aburrirse en la iglesia y molestar a otros muchos más. Lo que alguno no sabe realizar, en la iglesia lo pregona con jactancia: como equipa la nave y la barca y trae muchas novedades, y pone gran esfuerzo y serios ademanes, para que el barco no se detenga; gustaría de ir a pasear, para poder engrasar bien el carro. Pero no me atrevo a hablar aquí en letra impresa de aquellos que sólo echan una mirada al coro, para hacer acto de presencia, y vuelven a encontrar rápidamente la puerta. Devota y excelente oración es hacer semejantes cosas, y bien se merecen prebendas cuando al Roraffe se bosteza.

Ilustración: Cinco clérigos están junto a una carretera y en las proximidades del barco de los necios, presto a partir.

viernes, 21 de marzo de 2008

Honra a tu padre y a tu madre

Honra siempre a tu padre y a tu madre, para que Dios te conceda larga vida y no sufras tú mismo la deshonra.

Un necio es quien da a sus hijos aquello con lo que hace vivir sus días, confinado en su ilusión de que no lo abandonarán, sino que lo ayudarán también cuando lo necesite. A éste se le desea todos los días la muerte y se convierte muy pronto en una carga para sus hijos, en un huésped indeseable. Pero le sucede casi lo merecido, pues, en verdad, ha razonado muy mal al dejarse adular con palabras: ¡hay que molerlo a palos!
Pero no vive mucho tiempo en la tierra quien a su padre y a su madre no tiene en la debida estima; en medio de las tinieblas se extingue la luz de quien no honra a su padre y a su madre. Por su padre sufrió infortunios Absalón siendo aún joven. Del mismo modo fue maldecido Cam, por haber desnudado las vergüenzas de su padre; Baltasar no tuvo mucha dicha por hacer a su padre pedazos. También Senaquerib murió a manos de sus hijos, aunque ninguno de estos heredó el reino; Tobías enseñó a su hijo que honrara a su madre; y por ello el rey Salomón se levantó del trono ante su madre; como hizo Coriolano, el buen hijo; a los hijos de Recab los alabó el propio Dios por cumplir el mandato de su padre. “Quien quiera vivir”, dice Dios nuestro Señor, “honre a su padre y a su madre, y así vivirá muchos años y conseguirá grandes riquezas”.

Ilustración: Un necio viejo, de larga barba y porte aún distinguido, va a entregar una bolsa con su dinero a su hijo y a su hija, que parecen a punto de darle con sendos garrotes.

lunes, 17 de marzo de 2008

Del necio trueque

Quien su mula da por una gaita, no disfruta de su trueque, y a menudo tiene que caminar cuando desaría cabalgar.

Más gran fatiga tiene el necio para que su alma vaya al infierno, que la que nunca tuvo ermitaño alguno, en pleno desierto y lugar solitario, para servir a Dios con ayunos y oraciones. Se ve qué trabajos trae consigo el orgullo, cómo la gente se acicala, se maquilla, se ata y se anuda, sufriendo grandes angosturas de variadas formas. La codicia lleva a muchos a ir allende los mares, entre tempestades, lluvia, nieve, a Noruega y a Laponia. Ni calma ni reposo tienen los galanes; los jugadres sufren infortunios, y mucho más el salteador de caminos, que osa cabalgar a donde se juega el cuello. Del juerguista prefiero callar, que está todo el tiempo ahíto hasta el corazón, aunque el sufrimiento le abruma y el dolor secreto; los tiempos de los celosos no son los mejores: temen encontrar a otro pardillo en su nido; la envidia les roe sus propios miembros. Nadie quiere sufrir penalidades por la gloria de Dios, ni contempla con paciencia su alma, como Noé, Job y Daniel. Muchos son aquellos a los que place el mal, y muy pocos los que eligen el bien. El bien ha de elegir el sabio, que el mal ya viene cada día por sí mismo. Quien el reino de los cielos cambia por unas boñigas, un necio es y lo sigue siendo; no obtendrá provecho del truque quien dé lo eterno por lo perecedero. Para decirlo en una palabra; da un asno por una gaita.

Ilustración: Un necio lleva por la brida un mulo ricamente ataviado, y se lo cambia a un joven por una gaita.

domingo, 16 de marzo de 2008

De las plagas y castigos de Dios

Quien piensa que Dios no castiga en demasía, al enviarnos en ocasiones sus plagas, le espera la próxima a menos de un cuarto de milla.

Un necio es quien tiene por gran maravilla que Dios nuestro Señor castigue ahora al mundo y le envíe plaga tras plaga, aunque sean muchos los cristianos, y entre éstos haya muchos clérigos que en todo tiempo, y sin cesar, están en ayuno y oración. Pero oye: no es gran maravilla, pues no encontrarás estamento alguno en el que no haya encontrado hoy la ponzoña, en el que no reine la degradación y la degeneración. Sobre esto dijo el sabio: "Si tú destruyes lo que yo edifico no nos quedará a ambos más que la aflicción y que nuestra fatiga ha sido ociosa". Así habla además el Señor, con ira: "Si no guardáis mis mandamientos, os enviaré plagas y muerte, guerra, hambre, peste, carestía de la vida, calor, heladas, frío, granizo y rayos, y los multiplicaré de día en día y no escucharé plegarias ni lamentos; así me lo pidieron Moisés y Samuel, tan enemigo soy del alma que no desiste del pecado, que ha de recibir su castigo, pues ¡Dios soy yo!".
Se veía ya en el reino judío que lo perdieron por su pecado; que muy a menudo los expulsó Dios de la Ciudad Santa por sus faltas. Los cristianos también lo perdieron, al hacerse merecedores de la cólera de Dios. Mi miedo es que nuestra pérdida sea aún mayor y que nos vaya todavía peor.

Ilustración: En el cielo están representados Moisés y Samuel en actitud oratoria. Bajo ellos cae sobre un necio suplicante una lluvia de ranas y langostas.

sábado, 15 de marzo de 2008

Del blasfemar

Quien blasfema contra Dios con maldiciones y juramentos, con oprobio vive y honra muera. ¡Ay de aquel también que no lo impide!

Los más grandes necios también conozco, y no sé cómo se les podría llamar, que no se contentan con todos los pecados y con ser hijos del demonio; tienen que mostrar públicamnte que están llenos de odio conta Dios y le han declarado la guerra a muerte. El uno echa en cara a Dios su impotencia, el otro su martirio, su bazo, su cerebro, su asadura y el riñón. A quien ahora sabe juramentos inauditos, que van en contra de todo lo que es honesto y de ley, se le tiene por un tipo valiente. Ha de llevar una lanza y una ballesta, atreverse él sólo contra cuatro y ser intrépido con la botella. Horribles juramentos se lanzan bebiendo vino o aunque esté en juego poco dinero; no sería extraño que Dios, ante tales injurias, hiciera hundirse el mundo o que el cielo se desplomara en mil pedazos, tan graves son las blasfemias y los denuestos contra el Señor. Toda honradez, por desdicha, ha muerto, y con la ley no se persiguen estos desmanes; así padecemos tantas calamidades y castigos, pues se ultraja ahora tan públicamente, que todo el mundo lo advierte, oye y ve; no hay por qué admirarse de que Dios imparta la justicia por sí mismo, pues no puede soportarlo mucho más tiempo. Él ordenó lapidar a los hijos de los israelitas. Senaquerib insultó a Dios y fue castigado con oprobio y vergüenza. Lincaón y Mencenio sufrieron lo mismo, al igual que Antíoco.

Ilustración: Un necio pretende pinchar a Crsito en la cruz con una lanza de tres puntas. Al pie de la cruz, una calavera y huesos.

viernes, 14 de marzo de 2008

Del desprecio de Dios

A quien cree que Dios no le va a castigar porque Él acostumbra esperar, le fulmina a menudo el rayo antes de declinar el día.

Un necio es quien desprecia a Dios y noche y día le contradice, pensando que Él es como los hombres, que calla y deja que de Él se burlen. Pues muchos tienen por seguro que, si el rayo no les incendia al punto la casa y los fulmina cuando cometen su fechoría, o no mueren pronto, no tienen por qué seguir temiendo, pues Dios se ha olvidado de ellos y esperará aún muchos años y hasta puede que les recompense por su acción. Así ofende a Dios más de un necio que persevera en su pecado; dado que Dios a veces no se ocupa de ellos, dan en la idea de tirarle de la barba, como si quisieran bromear con Él y Dios hubiera de soportarlo.
¡Escucha insensato! ¡Se sabio, necio! ¡No confíes en tales aplazamientos de tu deuda! Gran suplicio, en verdad, padece el que cae en manos de Dios; pues, aunque tenga contigo indulgencia mucho tiempo, se te pasarán cumplidamente las cuentas de la espera. A muchos permite pecar Dios nuestro Señor para castigarlos después con mayor severidad y para que le paguen todo de un golpe: se dice que eso deja limpia la bolsa. A algunos que mueren en pecado venial, Dios les concede la gracia de llevárselos a tiempo de este mundo, para que no se echen muchos pecados a sus espaldas y ello redunde en mayor prejuicio para la salvación de su alma. Dios ha prometido a todos los arrepentidos su perdón y misericordia. Mas nunca prometió a ninguno que le dejaría vivir hasta que se arrepintiera y corrigiera o asumiera el propósito de la enmienda. A menudo concede Dios su gracia hoy a algunos, pero mañana ya no quiere otorgársela. Ezequías consiguió de Dios no morir a llegar su día, y vivió aún quince años; por el contrario, a Baltasar le llegó su final antes de tiempo a causa de sus pecados. La mano que le apartó de todos los placeres fue la que escribió mené, tequel, ufarsin; era demasiado ligero para el buen peso, por lo que se le privó de su luz; y no reparó en que su padre había sido castigado por Dios muchos años antes y se había corregido y había hecho penitencia, por lo que el Señor lo escuchó, y no murió en forma de bestia, sino que por su arrepentimiento consiguió la Gracia y el tiempo para la expiación.
A cada mortal se le ha fijado un tiempo de vida y el número de sus pecados, nada más; por ello, nadie se apresure a pecar, que quien mucho peca, pronto llega a la meta. Muchos han muerto ahora en este año: si se hubieran enmendado antes y hubieran girado a tiempo su reloj de arena, ésta no se habría consumido, y, sin duda, seguirían viviendo aún en este día.

Ilustración: Cristo, con corona en forma de rayos y el globo imperial en una mano, camina descalzo por el campo. Un necio le tira de la barba. El cielo se abre y caen sobre el necio truenos y granizo (cuñas y piedras).

jueves, 13 de marzo de 2008

No prever la muerte

¿Pueden la nobleza, la riqueza, la fortaleza y la flor de la juventud vivir en paz, oh muerte, ante ti? Todo lo que un día consiguió la vida es perecedero, ha de perecer.

Estamos engañados, queridos amigos, todos los que vivimos aquí en la tierra, al no prever a tiempo la muerte, que no nos perdona. Sabemos y conocemos bien que se nos ha fijado la hora, y no sabemos dónde, cuándo y cómo. La muerte nunca dejó a nadie aquí. Todos morimos y pasamos como el agua en la arena. Grandes necios insensatos somos, al no pensar en los muchos años que Dios nos deja vivir para que nos preparemos para la muerte y aprendamos que tenemos que irnos de este mundo y no podemos escapar por otro camino. El vino que sella la compra ha sido bebido, no podemos desistir de ella. La primera hora trajo consigo también la última, y el que creó al primer hombre sabía asimismo cómo moriría el último. Mas la necedad nos engaña, impidiéndonos recordar que la muerte no nos va a dejar aquí y que no va a perdonar nuestro hermoso cabello, ni nuestros verdes laureles y coronas. Se llama con justicia Juan sin Miedo, pues al que coge y arrastra hacia sí, por fuerte, hermoso o joven que sea, le enseña un salto muy singular, que con justicia llamo el salto de la muerte, y se apoderan de él el frío, la angustia y el sudor, y se estira y retuerce como un gusano, pues allí se celebra el verdadero combate.
¡Oh muerte, cuán grande es tu poder, que de todos te apoderas, jóvenes y viejos! ¡Oh muerte, que cruel es tu nombre para la nobleza, el poder y el alto linaje; ante todo, para quien pone su alegría y su ánimo sólo en los bienes temporales! La muerte con el mismo pie aplasta la sala del rey y la choza del pastor: no respeta la pompa, el poder ni la riqueza; al Papa trata como al campesino. Un necio, por tanto, es quien huye constantemente de quien no se puede librar, y piensa que si sacude sus cascabeles, la muerte no le verá. Cada cual viene a este mundo con la condición de que también se irá de él y que es propiedad de la muerte cuando el alma se separa del cuerpo. Con la misma justicia se lleva la muerte todo cuanto la vida ha tocado: tú mueres, aquel queda aún mucho tiempo en el mundo, mas nunca nadie permaneció aquí eternamente. Incluso quienes vivieron mil años, también tuvieron a la postre que partir. Apenas el hijo sobrevive al padre lo que dura su vestido; muere a veces otro antes que el padre, pues se encuentra también mucha piel de ternero. Cada uno va detrás del otro; quien no muere como debe, encuentra su merecido.
Igualmente ponen su necedad de manifiesto los que se afligen y lloran por un muerto y les espanta su reposo, al que, sin embargo, todos nosotros aspiramos. Pues nadie partirá demasiado pronto hacia donde vivirá eternamente; sí, les aprovecha a muchos que Dios les llame pronto de aquí. La muerte ha sido para muchos ventajosa, pues se libraron de tribulaciones y sufrimientos. Muchos ansiaron también ellos mismos la muerte, y muy de agradecer les pareció a otros, a los que llegó antes de ser llamada: a muchos presos procuró la libertad; a muchos otros sacó de la prisión, que para toda la vida se les había previsto. La fortuna reparte desigual bienes y riquezas, mas la muerte todo lo iguala; es un juez que nada perdona, le implore quien le implore. Es el único que todo lo recompensa, que nunca protegió a nadie, que nunca a nadie prestó obediencia. Todos tuvieron que seguir sus pasos y danzar para ella tras sus filas: papas, emperadores, reyes, obispos y gentes de a pie; y muchos de ellos nunca habían pensado que encabezarían la danza y tendrían que bailar en la ronda el westerwälder y el trotter: si se hubieran preparado antes, no habrían sido recogidos tan de improviso.
Más de un necio hay ahora en el otro mundo, que estaba preocupado por su tumba y empleó en ella tan gran riqueza, que aún maravilla a muchos. Como el Mausoleo, que Artemisa hizo construir para su esposo, y tanto dinero invirtió en él, con tanto lujo y largueza, que es una de las siete maravillas que se encuentran en el mundo. También las tumbas de Egipto que se han llamado pirámides. Principalmente Cepos se construyó allí una tumba, en la que puso sus bienes y fortuna, pues trescientos setenta mil hombres trabajaron en ella, a quienes entregó tanto dinero para coles (y en otros gastos no quiero entrar), que no tengo hoy a nadie por tan rico que hubiera podido pagar solo todo aquello. Amasis se construyó otra igual, como se la había construido también Rodopis. ¡Qué gran necedad del mundo gastar tanto dinero en tumbas, para arrojar en ellas el saco de cenizas y la osamenta, y hacer tanto dispendio para construir una casa a los gusanos, y no dar nada al alma, aunque tiene que vivir eternamente!
En nada ayuda al alma una tumba suntuosa o tener una gran losa de mármol y colgados escudo, yelmo y pendón; “Aquí yace un gran señor y un noble de blasón”, se le graba después en una piedra. El escudo idóneo es una calavera, que corroen gusanos, culebras y sapos; tal escudo portan emperadores y labradores, y quien en este mundo tiene una buena barriga, es también el que más tiempo alimentará a sus fieles acompañantes. Ahí se lucha, se golpea, se aniquila; los amigos se matan a puñaladas, pues cada cual querría quedárselo todo; los demonios se apoderan del alma y triunfan alborozados sobre ella, de un baño al otro la llevan, del helado como el hielo al caliente como el fuego. Sin juicio alguno vivimos los humanos, pues al alma no atendemos y del cuerpo sin cesar nos preocupamos.
La tierra entera está consagrada a Dios; en paz descansa el que en paz perece. El cielo cubre a muchos muertos que no yacen bajo una losa. ¿Cómo podrían tener más bella tumba que el firmamento sobre ellos, allí arriba, refulgente? Dios encontrará los huesos a su tiempo. Quien bien muere, la mejor tumba tiene; quien muere pecador, tiene la peor.


Ilustración: Bajo la inscripción “Tú quedas” figura un viejo lleno de cascabeles (en las orejas de necio, en los zapatos, en la mano) que mira con expresión aterrorizada (visible también en las orejas) a la muerte, representada casi como un esqueleto, que sujeta al necio por la túnica y lleva al hombro un ataúd.

martes, 11 de marzo de 2008

De perseverar en el bien

Muchos pusieron muy presto la mano sobre el arado, mas a la postre mal terminaron, porque el cuco sigue en el nido.

Muchos ponen su mano sobre el arado y están en un principio harto sedientos de sabiduría y de buenas obras, mas no suben a la cima del monte que les conduce al reino de los cielos, sino que miran tras de sí y les place Egipto, donde dejaran sus ollas de carne, y corren tanto en pos de los pecados como el perro de su vómito, que ya ha comido muchas veces. ¡En verdad, tienen muy mal remedio! Muy raramente vuelve a cerrarse la herida que se abrió más de una vez. Si el enfermo no se comporta bien y recae en su enfermedad, es de temer que no curará en mucho tiempo. Mejor sería no empezar que tras el comienzo abandonar. Dice Dios: "Deseaba que tuvieras forma, que fueras caliente o muy frío; mas porque quieres ser tibio, haces vomitar a mi alma". Aunque uno haya hecho muchas buenas obras, no recibirá su justa recompensa si no persevera hasta el final. De grandes males salió apresuradamente y fue liberada la mujer de Lot, pero al no cumplir lo ordenado y volver a mirar tras de sí, quedó allí petrificada de la forma más insólita. El necio vuelve a su cascabel como el perro a su vómito.

lunes, 10 de marzo de 2008

Del desprecio de la pobreza

A estos necios nada contenta en el mundo, a no ser que huela a dinero. Su sitio está también en el campo de los necios.

Los necios del dinero son también tantos por doquier, que no se conoce el número de quienes prefieren tener dinero que honra. De la pobreza hoy ya nadie quiere saber; muy raramente pueden hoy subsistir los que en la casa tienen virtud, pero nada más. Ya no se rinde homenaje a la sabiduría, la honradez tiene que estar muy atrás; y muy difícilmente llega ésta a hacer carrera, se quiere ahora que de ella se calle; y quien la riqueza se aplica, mira también de hacerse pronto rico y o retrocede ante el pecado, el crimen, la usura, la infamia y también la traición a su país; esto es hoy común en el mundo. Toda maldad se encuentra hoy por dinero: la justicia por dinero se rescatara; por dinero queda mucho pecado impune. Y te digo en cristiano cómo lo entiendo: sólo a los pequeños mosquitillos envuelve en su red. Acab no se contentó con todo su reino y quiso tener también el huerto de Nabot: por ello murió injustamente el pobre honrado.
Sólo el pobre tiene que entrar en el saco; lo que dinero trae, bien sabe. La pobreza, que ahora en nada se tiene, era antaño querida y muy respetada, y cara a la época áurea. Allí nadie había que estimara el dinero o que poseyese algo en exclusiva: todas las cosas están allí comunes y se daban por contentos con lo que la tierra sin fatigas y la naturaleza sin preocupaciones regalaba. Mas cuando se usó el arado, se empezó también a ser codicioso y surgió el “¡si fuera mío lo tuyo!” Todas las virtudes seguirían en la tierra si sólo se anhelase lo provechoso. La pobreza es un don de Dios, por mucho que hoy sea la mofa del mundo; esto viene sólo de que no hay nadie que recuerde que la pobreza no echa nada en falta y que nada puede perder quien antes nada tiene en el saco y que fácilmente puede nadar lejos quien está desnudo y sin nada encima. El pobre canta libre por el bosque, al pobre raramente se pierde algo. El pobre tiene la libertad de poder ir a mendigar, aunque se le mire mal; y, aunque nada se le dé, no por ello tiene menos. En la pobreza se encontraba mejor consejo que el que diera nunca la riqueza: Quinto Curio lo evidencia, y el famoso Fabricio, que no quiso tener bienes y dinero, sino que eligió el honor y la virtud. La pobreza ha dado fundamento y principio a todo gobierno; la pobreza ha erigido todas las ciudades; la pobreza ha descubierto todo saber; de toda maldad está libre la pobreza; de la pobreza todo honor puede florecer; en todos los pueblos de la tierra ha sido largo tiempo apreciada la pobreza; sobre todo los griegos sojuzgaron con ellas muchas ciudades, gentes y naciones. Arístides fue pobre y justo; Epaminondas, severo y recto; Homero fue pobre e ilustrado; por su sabiduría fue respetado Sócrates, y en generosidad nadie supera a Foción. Este encomio recibe la pobreza de la Escritura: nada tan grande existió nunca en la tierra, que no fluyera en un principio de la pobreza. El Imperio romano y su gran fama proceden primeramente de la pobreza. Quien observe y advierte que Roma fue fundada por pastores, gobernada mucho tiempo por campesinos pobres y conducida después al desastre por la riqueza, puede apreciar bien que más aprovechó a Roma la pobreza que la gran riqueza. Si Creso hubiera sido pobre y sabio, habría conservado lo suyo. Cuando se preguntó a Solón si había alcanzado la verdadera felicidad, pues era poderoso, rico y respetado, contestó: “No se debe aquí en la tierra llamar a nadie dichoso antes de morir, pues no se sabe lo que después le acontece.” Quien cree que ahora está todavía seguro, no conoce, sin embargo, el futuro. Dijo el Señor: “A vosotros, dolor y aflicción; vosotros los ricos tenéis aquí vuestra dicha y disfrutáis de vuestros bienes; ¡bienaventurado el pobre de libre espíritu!”. Quien acopia bienes gracias a mentiras, despreciable es y muy cobarde, y alimenta su propia desdicha de quedar colgado en la soga de la muerte. Quien comete injusticia contra un pobre, queriendo con ello multiplica sus bienes, encontrará a otro más rico al que se los entregará, quedando él en la pobreza. No pongas tus ojos en los bienes que huyen continuamente de ti, pues al punto consiguen plumas, como el águila, y vuelan en el viento. Si fuese bueno ser rico aquí en la tierra, no habría sido Cristo un dechado de pobreza. Quien dice que nada le falta, a no ser que su bolsa no tiene un penique, desnudo está de toda sabiduría. Le falta más de lo que puede decir: sobre todo, que no ve que es más pobre aún de lo que se imagina.

domingo, 9 de marzo de 2008

Del derroche campesino

Habría ovidado casi incluir otro barco, donde tratar la necedad de los campesinos.

Los campesinos eran aún bastante sencillos en tiempos recientes, hace pocos años; reinaba la justicia entre los moradores del campo; cuando ella huyó de las ciudades y murallas, quiso albergarse en chocillas de paja, antes de que los campesinos bebieran vino, que también ahora pueden soportar de buen grado. Se meten en grandes deudas; aunque el grano y el vino les reporta gran beneficio, lo toman a fiado y a plazo, y piensan no pagar a tiempo: hay que desterrarlos y dar a conocer con las campanas la sentencia. El cotí doble no les gusta como antaño, los campesinos no quieren ya zamarras, tienen que ser trajes de Leiden y Malinas y llenos de aberturas y guarnecidos de todo tipo de colores, piel salvaje sobre piel salvaje, y sobre la manga la figura de un cuco. La gente de la ciudad aprende ahora de los campesinos cómo incrementar su maldad; todo engaño viene hoy de los campesinos, cada día tienen una nueva moda, ya no hay llaneza en el mundo; los campesinos están rebosantes de dinero, grano y vino guardan tras de sí, amén de otras cosas, para hacerse ricos, y cuidan de que se enrarezca, hasta que el trueno viene con fuego y arden grano y granero.
De igual modo, en nuestros tiempos ha surgido más de un necio que antes era burgués y comerciante, y ahora quiere ser noble y de la misma alcurnia que el caballero. El noble anhela ser barón, el conde devenir príncipe, el príncipe la corona de rey ansía; muchos llegan a caballeros, sin haber blanddido una espada en pro de la justicia; los campesinos llevan vestidos de seda y cadenas de oro; la mujer de un burgués se pavonea más que una condesa. Donde ahora hay dinero, hay soberbia. En lo que un ganso del otro ve, piensa sin descanso: hay que tenerlo; si no, duele. La nobleza ya no tiene ningún privilegio. Se encuentra a una mujer de artesano que lleva en su cuerpo vestidos, anillos, abrigos y finos pasamanos de más precio que todo lo que tiene en casa. Por ello se pierde más de un hombre honrado, que tiene que ir con su mujer a mendigar, y en invierno beber en un jarro, para poder darle contento a su mujer; si tiene ella hoy todo lo que apetece, muy pronto cuelga todo ello ante el prendero. Quien cede a los caprichos de la mujer, muy a menudo pasa frío, aunque diga "¡uf, qué calor!". En todos los países reina gran escándalo, nadie se conforma ya con su condición, nadie piensa quiénes eran sus antepasados, por ello está ahora el mundo colmado de necios. Esto es lo que en verdad puedo deciros: el trípode tiene que entrar en el saco.

Ilustración: Sobre un trasfondo cuidado, con casas de entramado de madera, aparece una necia campesina ataviada del modo más insólito, con plumas de pavo en la cabeza, gruesa cadena al cuello, zapatos de punta, etc., que trata de meter un cepo de tres puntas en un saco. En una cartela se lee "Tiene que entrar".

sábado, 8 de marzo de 2008

De los cocineros y bodegueros

Aquí vienen bodegueros, cocineros, sirvientes, todos los que reinan en las labores de la casa y a su antojo disponen en el barco.

Un mensajerillo acaba de pasar ante nosotros corriendo y nos pregunta por la nave de los necios: le damos sopa salada, para que pueda empinar bien la botellita; tanta prisa se daba en correr como en sacar sin descanso la botella; queríamos darle una carta, pero no quiso detenerse tanto. Por ello llegamos aquí de forma sencilla, sin habernos anunciado, los bodegueros, y cocineros, mozas, sirvientes y criados, que de la cocina nos cuidamos. Servimos a gusto del cliente, y no nos causa dolor alguno, pues de nuestra bolsa no sale. Sobre todo, cuando nuestro amo no está en la mansión, y nadie lo ve, comemos opíparamente y bebemos como en la taberna, también nos llevamos a casa a juerguistas de fuera y empinamos bien las cántaras, jarras y botellas. Cuando por la noche el amo se va a dormir y ha echado el cerrojo y candado a la puerta, entonces bebemos, y no del peor vino, y lo sacamos del barril más grande: así no es tan fácil de descubrir. A la cama nos llevamos después unos a otros, pero poniéndonos doble par de calcetines, para que el amo no nos oiga andar y, si se oye crujir algo, se piense que son los gatos los que lo hacen. Y, cuando pasa un poco de tiempo, piensa el señor que aún tiene unos buenos tragos en su barrilito, pero entonces hace la espita glu, glu, glu... Esto es señal de que ya queda muy poco en el barril.
Después nos cuidamos con gran diligencia de cómo preparar muchos platos, y para ello despertamos el apetito y el estómago cociendo, hirviendo, friendo, haciendo su salsa, asando, amasando, con salsa bien aliñada; lleno de azúcar, condimentos y especias damos un ojimiel a uno que sufre vómitos en la escalera, o tiene que purgárselos son siropes y con lavativas. A ello no prestamos especial atención, pues de ahí también salimos bien llenos, que de nosotros no nos olvidamos: comemos lo mejor del puchero; pues si muriéramos de hambre, se diría que se había debido al hartazgo. El bodeguero dice: "¡Fríeme una salchicha, cocinero, y te calmo la sed!" El bodeguero es el traidor del vino, el cocinero es el asador del diablo; aquí está acostumbrado al fuego, lo que allí le servirá de ayuda. Bodegueros y cocineros nunca andan de manos vacías, sirven la mesa a sus anchas: en la nave de los necios tienen puestas todas sus ansias. Cuando José llegó a Egipto, el príncipe de los cocineros lo llamó a su lado, y Jerusalén consiguió a Nebuzardán.

Ilustración: La escena representa una cocina al aire libre junto a una playa. Un necio sujeta desde una barca a cinco personajes relacionados con la cocina: una mujer, en primer plano, cuida el fuego y asa un pollo; un hombre lleva mandil y llaves, por lo que parece el encargado de la bodega; otro parece cocinero, pues está removiendo en una sartén; otro bebe de un cántaro; el quinto ha cogido pícaramente carne con una larga vara.

viernes, 7 de marzo de 2008

Necio mensaje

He corrido allí y allá, la botellita nunca estuvo todo el tiempo vacía, hasta que esta carta entregó al necio.

Si me olvidara ahora de los mensajeros y no les concediera también su necedad, me advertirían ellos mismos. Los necios tienen que tener un mensajero, que lleve en la boca, y que no sea descuidado, una cartita que no se moje, que vaya limpiamente por el tejado, para que las tejas no crujan, y que mire también que no se le confía hacer más de lo que se le encomienda; y ante el vino no sabe lo que debe hacer y se le ha ordenado, y se retrasa mucho tiempo en el camino para cruzarse con mucha gente; procura comer cerca y mirar tres horas las cartas, por si pudiera saber lo que lleva, y lo que sabe, pronto lo cuenta, y por la noche deja su bolso en un banco; si por el vino coje una mona y vuelve a casa sin respuesta... esos son los necios a los que me refiero. Corren tras la nave de los necios, sin encontrarla entre aquí y Aquisgrán; pero deben tener la osadía de no olvidar la botellita, pues del correr y el mentir se les seca el hígado y los genitales. Al igual que la nieve nos da refrigerio cuando la encontramos en el estío, el fiel mensajero reconforta al que no lo ha enviado. Digno es de albanza y honra el mensajero que presto puede cumplir lo que se le encarga.

Ilustración: Un mensajero, con lanza, orejas de burro y escudos de armas de Basilea está bebiendo en la playa, sin poder entregar al barco de los necios, que ya ha partido, el mensaje que lleva en la otra mano.

jueves, 6 de marzo de 2008

Salteadores y escribanos

Cuando salteadores de caminos y escribanos atacan a un sencillo y honrado campesino bien acomodado, éste tiene que tener la culpa.

Escribanos y salteadores son también motivo de mofa por estar en la banda de los necios; se alimentan casi con el mismo sustento: éste despelleja en secreto, aquél a las claras. Éste arriesga su vida en seco y en mojado, aquél mete su alma en el tinetero. El salteador pega fuego a muchos graneros, el escribano tiene que tener un campesino que esté rollizo y pueda gotear bien para que haga oler su col. Si cada uno hiciera como debe, serían los dos merecedores del dinero: éste con la pluma, aquél con la espada. No se desearía prescindir de ambos si su cosecha no fuera más alta que donde alcanza la mano y si por ellos no sufriese menoscabo el derecho: se alimentan desde el estribo. Mas, dado que cada uno tiene puesto su ánimo y sentido en su propio beneficio, tengan a bien perdonarme que también los lleve en la nave de los necios. No los he invitado, cada uno se paga su pasaje y se quiere seguir comprometiendo a traer al barco muchos conocidos. Hay aún muchos escribanos y farsantes que cometen hoy feroz bandidaje y se alimentan con lo que les viene a la mano, como la soldadesca por los campos. Es, en verdad, un gran escándalo que no se quiera proteger los caminos, para que los peregrinos y comerciantes estén seguros, pero sé bien la razón: se dice que el dinero del salvoconducto sienta muy bien.

Ilustración: Un escribano necio está sentado en un pupitre y mira a un campesino, también necio (por exceso de confianza), que le muestra un salvoconducto. Un soldado bien armado, con una antorcha encendida, lo lleva atado al cuello.

martes, 4 de marzo de 2008

De los necios abrumados

Muchos necios, que estultos son en múltiples sentidos, están en este aprieto: sentado les está el asno en las espaldas.

Tantos son en la orden de los necios, que yo, por estar sentado, casi habría pasado inadvertido y habría perdido el barco, de no haberme susurrado al oído el asno su aviso. Yo soy aquel al que todas las cosas abruman, me quiero agachar bien en un rincón por si el burro me quisiera abandonar y no estar siempre en mis espaldas; y, si tengo la suficiente paciencia, espero escapar del asno. Pero tengo muchos compañeros a los que abruma todo lo que a mí me abruma: como quien no sigue el buen consejo; quien si necesidad se encoleriza; quien compra desdicha; quien sin razón se aflije; quien prefiere tener disputas que sosiego; quien ve de buen grado las diabluras de sus hijos; quien a su vecino no tiene como amigo; quien sufre que le apriete el zapato y hace que su mujer tenga que ir a buscarle a la taberna, en el libro de los necios su lugar debe ocupar. Quien come más de lo que gana, y toma prestado mucho, que entre los dedos se le escapa; quien a su mujer exhibe a los otros, un necio es, cernícalo, borrico y sandio; quien piensa en sus muchos pecados y el tormento que ha de sufrir por ellos, y puede, no osbstante, estar contento, no debe andar sobre el asno, sino llevarlo en las espaldas, para que le aplaste por el suelo. Un necio es quien ve el bien y sigue el mal.
Atañe esto a muchos necios que este asno lleva consigo.

Ilustración: Un asno pone sus patas delanteras sobre un necio, haciéndolo caer.

lunes, 3 de marzo de 2008

De los jugadores

Muchos tienen tantas ansias de jugar, que olvidan cualquier otra diversión y no piensan en la futura pérdida.

Aún encuentro yo muchos necios de toda necedad, que sólo en el juego tienen todo su contento. Piensan que no podrían vivir si no pudieran andar con él, y noche y día se pasan jugando a las cartas, echando a los dados y empinando el codo. Estarían sentados toda la noche, sin dormir ni comer, pero tienen que beber, que el juego inflama el hígado y se quedan secos y sedientos. Por la mañana bien se nota: uno tiene la pinta de las buenas peras, el otro vomita tras las puertas, un tercero ha tomado un color como si acabara de llegar de la tumba o le reluce la cara como a un aprendiz de herrero antes de comenzar el día. La cabeza tiene tan saturada que bosteza todo el día como si quisiera cazar moscas; nadie podría ganar mucho oro si tuviera que estar sentado una hora en un sermón y olvidarse del sueño: ocultaría la cabeza en los faldones como si el predicador debiera acabar. Pero en el juego, aunque se esté sentado mucho tiempo, no se presta la atención al sueño. Muchas mujeres están también tan ciegas, que olvidan quienes son y que todos los usos prohíben tal mezcla de los dos sexos; se sientan junto con los hombres y no sienten el pudor de su debida educación y de su condición femenina, y juegan y tiran a los dardos tarde y temprano, lo que no es propio de las mujeres. Deberían lamer en la rueca y no estar metidas en el juego con los hombres. Si cada cual jugase con su igual, tanto menos tendría que avergonzarse de ello. Cuando el padre de Alejandro quería que corriera para conseguir premios, pues era muy rápido corriendo, le dijo esto a su padre: “Justo sería que hiciera todo lo que mi padre ordenara y pidiera; sin duda, me gustaría correr si hubiera de hacerlo con los reyes; no se necesitaría pedírmelo si tuviera a alguien igual a mí”. Pero se ha llegado hoy al punto de que los buenos clérigos, nobles y burgueses se sientan con los proxenetas, que no les son iguales en la buena fama. Sobre todo los clérigos deberían dejar su juego con los legos, si tuvieran bien en cuenta su enemistad y el viejo odio. Neidhart está también entre ellos, se excita al ganar y al perder, máxime estándoles prohibido jugar un juego a cada instante. A quien consigo mismo puede jugar, nunca nadie le puede ganar, y libre está de preocupaciones por perder o por que se le echen malos juramentos.
Más si tengo que decir lo que conviene a un buen jugador, traeré aquí a colación a Virgilio, quien habla así de estos mismos asuntos: “Desprecia el juego en todo momento y no te turbe la ignominiosa codicia, que el juego es loca ansia que toda razón en ti destruye. ¡Vosotros, valientes, proteged vuestra honra, que el juego no os la dañe! El jugador ha de tener dinero y valor; si pierde, darlo por bueno; nunca debe lanzar coléricos insultos, maldiciones y juramentos. Quien trae dinero, mire bien a su suerte, pues muchos vienen al juego con buen peso y salen por la puerta vacíos. Al que sólo juega por la gran ganancia, raramente le sale conforme a su idea. De buena paz disfruta quien no juega; el que juega tiene que seguir poniendo. Quien quiere sentarse en toda la cantina y busca suerte en todo juego, ha de tener mucho que poner o volver muy a menudo sin blanca a casa- ¡Si alguien tres enfermedades tiene y me sigue, cuatro serán nuestras hermanas!” El juego sólo muy raramente puede estar libre de pecado. Un jugador no es amigo de Dios: ¡los jugadores son hijos del diablo
!

Ilustración: En torno a una mesa estan sentados dos necios y dos necias, con cartas, dados y lo necesario para beber vino. Un necio mira con desagrado la capucha de los necios, que está en el aire, sobre la mesa. El otro agarra a una necia y toca con el pie a la otra.

domingo, 2 de marzo de 2008

Del mucho vanagloriarse

Caballero Pedro de viejos tiempos, debo cogeros por las orejas. Me parece que ambos éramos necios, por más que vos llevéis espuelas de noble.

Traigo también aquí a los mentecatos y necios que se jactan de grandes cosas y quieren ser lo que no son, pensando que el mundo entero está ciego, que no se les conoce ni se pregunta por ellos.
Alguno quiere pasar por noble y de alta cuna, aunque su padre hacía ¡pum! ¡pum! ¡pum! y trabajaba de tonelero, o se ganaba un sustento luchando por una vara de hierro o corriendo con una lanza de judío y haciendo caer a muchos al suelo. Y quiere que se le llame doncel, como si no se conociera a su padre; que se le diga maestre Juan de Maguncia, y también a su hijo doncel Vicente.
Muchos se jactan de grandes cosas y a cual más fanfarronean, aunque son tan necios en su pellejo como el caballero Pedro de Porrentruy, que quiere que se le diga caballero, pues habría estado en la batalla de Murten, donde tenía tales ansias de huir, que la mierda le había llenado el pantalón hasta arriba, que hubo de lavársele hasta la camisa, Mas sacó de allí escudo y yelmo, para demostrar que era noble: un azor con color como de garza, y sobre el yelmo un nido con huevos, en el que está posado un gallo en muda, que quiere incubar huevos. De esos necios se encuentran más: quieren tener muy gran honor por haber estado delante; al querer huir, miraban mucho a sus espaldas por si les seguían otros.
Algunos se hacen grandes leguas de sus combates, de cómo atravesaron con la espada a éste y abatieron de un disparo a aquél, aunque estaban tan lejos de ellos, que con ningún arcabuz les harían algún daño.
Muchos se esfuerzan hoy por conseguir nobiliarios escudos de armas, por poder llevar muchas pezuñas y garras de león, y un yelmo coronado y un campo gualdo: son del noble linaje de Bennefeld.
Una buen aparte son los nobles por sus mujeres, cuyos padres moraban en Ruprechtssau; bastantes llevan el escudo de armas de su madre, porque quizá se equivocan en su padre.
Muchos tienen buenos títulos y sellos, como si fueran de sangre noble: quieren ser, de Derecho, los primeros en ser nobles en su linaje. Aunque yo no lo repruebo ni lo encomio: de virtud y perfección está hecha toda nobleza. Por noble tengo a quien conserva aún las buenas costumbres, la honra, la virtud y perfección. Pero, a quien no tuviera virtud, educación, pudor, honra y buenas costumbres, lo consideraría vacío de toda nobleza, aunque su padre fuera príncipe. La nobleza sólo en la virtud se mantiene; de la virtud sale toda nobleza.
De igual modo quiere ser alguno doctor, que nunca vio el Sexto, la Clementina, el Decreto, el Digesto o las Instituciones, sólo para tener una piel de pergamino, en el que está escrito su derecho: el propio título indica todo lo que él sabe y que es muy bueno tocando la gaita de los necios.
Por ello está aquí el doctor Mañas, que es un hombre erudito e inteligente: coge a todos por las orejas y sabe más que lo que saben muchos doctores. Ha estado en muchas universidades en países próximos y lejanos, adonde nunca han ido los necios que por la fuerza quieren ser doctores; hay que decirles “señor doctor” porque llevan togas rojas y porque su madre es un mono.
Conozco todavía a otro, que se llama Juan Boñiga y quiere convencer a todo el mundo de que ha estado en Noruega y en Suecia, en Argel y en Granada, y donde la pimienta crece y florece, aunque nunca fue tan lejos: si su madre hubiera hecho allá en su casa una tortilla o una salchicha, él las habría olido y oído crepitar.
Tanta jactancia hay en la tierra, que llevaría mucho tiempo enumerarla; pues lo que a todo necio le ocurre es que quiere ser lo que no es.

Ilustración: En una espaciosa y noble sala aparecen, identificadas en sendas cartelas, el doctor Maña y el caballero Pedro. El primero, que está sentado detrás de una rica mesa, lleva la capucha de necio y agarra por la oreja al segundo, viejo, necio y desgreñado, que tiene la expresión muy triste y lleva colgando del cuello su escudo de armas.

sábado, 1 de marzo de 2008

De los malos tiradores

Quien quiera disparar, apunte y acierte, pues a la nave de los necios tira el que no atina.

Si no molestara a los tiradores, organizaría también un concurso para necios y haría un campo de tiro en la orilla del mar; más de uno fallaría no sin su prejuicio. Además, están previstos también premios: el que más se acerca a la diana, gana, o, al menos, desempata. Pero apunte y no dispare al suelo ni a las alturas, sino a la diana. Si quiere tocar el calvo, no se prepare con prisas. Muchos son los que tiran por encima; a uno se le rompe el arco, curda y gatillo; a ése, al tensar, se le resbala varias veces la cuerda; a aquel se le pone loco el armazón o es sostén; la ballesta de aquel otro se suelta con sólo tocarla: la cuerda está engrasada; a éste no le está la diana como antes, y ya no puede orientarse; ése ha hecho muchos disparos, que le son de bien poco provecho; si acaso, gana la cerda, cuando los otros al final deben tirar para desempatar.
No hay tirador en el mundo que no encuentre siempre lo que precisa (primero esto, luego aquello) para tener una disculpa que salve su honra; si no hubiera fallado en aquello, en verdad habría ganado el premio.
En particular, conozco aún más tiradores que oyen que se celebra lejos una competición y acuden allí en el momento oportuno gentes de todas las regiones, los mejores que encontrar se puede, de los que ninguno ganaría el premio a no ser que pusiera todos los tiros en el blanco… Pues bien, un fatuo es el que sabe que nada ganará y, sin embargo, osa acudir allí y tentar también su suerte. Me quedo antes con los gastos de su viaje que con su parte del premio. De lo puesto por participar, voy a guardar silencio: ¡la cerda le chillará en la manga!
Muchos quieren disparar hacia la sabiduría, pero pocos dan en el blanco. No se apunta bien a ella: éste pone la mira demasiado baja, ése demasiado alta; aquél se aparta del punto de mira, a aquel otro se le parte el tope; uno hace un disparo como Jonatán, a otro se le sale el tope por atrás. Quien desee acertar bien a la sabiduría, necesita tener muchas flechas como aquellas que Hércules tenía en demasía, con las que acertaba cuando deseaba, y lo que acertaba caía muerto a la tierra. Quien desee disparar bien a la sabiduría, mire de apuntar al blanco y guardar la medida, pues, si falla o yerra en el tiro, tendrá que ir con los necios. Quien desea disparar y falla el tiro, a casa se lleva la cerda en la manga.
Quien quiera cazar, tornear o disparar, tendrá pequeño beneficio y grandes perjuicios.


Ilustración: Tres necios realizan los pasos de tiro con la ballesta: uno tensa la cuerda, otro coloca la flecha, el tercero apunta está a punto de disparar. La nave de los necios, que se encuentra cerca de la playa en la que se ha delimitado el campo de tiro, tiene en sus velas tres flechas que han errado el blanco.