jueves, 7 de febrero de 2008

De la envidia y el odio

Envidia y odio andan por doquier, se encuentra gran envidia en todo estamento, Neidhart aún no está muerto.

Enemistad y envidia producen muchos necios, de los que quiero hablar aquí. Mas la envidia nace sólo de que tú codicias lo que yo tengo y tendrías gustoso lo mío, o, si no, no puedes tenerme afecto. La envidia es una herida mortal que nunca realmente vuelve a sanar, y tiene en sí la propiedad de que, cuando se propone algo, no descansa noche y día hasta que ha ejecutado su plan. Ningún sueño ni alegría le son tan caros como para hacerle olvidar el sufrimiento de su corazón. Por ello tiene una boca pálida; es seca, enjuta como un perro; sus ojos son rojos y no miran a nadie con los ojos enteros. Esto era claro en Saúl con David y en José con sus hermanos. La envidia no ríe sino cuando se hunde el barco que ella misma ha hecho naufragar; y, cuando la envidia muerde y roe mucho tiempo, se devora a sí misma, no de otro modo a como se degulle el Etna. Por ello se convirtió Aglauro en una piedra. El veneno que tienen en sí la envidia y el odio se aprecia mejor entre los hermanos; Caín, Esaú, Tieste, los hijos de Jacob, y Etéocles llevaban gran envidia en su interior, como si no hubieran sido hermanos, pues la sangre se incendia de tal forma, que arde mucho más que la de fuera.

Ilustración: Tres necios luchan con una espada y dos alabardas contra un enjambre de avispas, que está en un tonel sobre un pequeño carro. Por el canillero sale burlona la cabeza de Nedhart (referencia al libro popular Neithart el zorro). El monte en llamas es seguramente el Etna (aquí, envidia que consume).