lunes, 18 de febrero de 2008

De los mendigos

Temeroso de que me faltaran necios, escudriñé a los que llevan el bastón de mendigo; poca sabiduría allí encontré.

La mendicidad tiene también muchos necios. Todo el mundo se enriquece ahora con la pordiosería y quiere alimentarse mendigando. Clérigos y órdenes monásticas son muy ricos y se quejan como si fueran pobres. ¡Ay mendigo! ¡Que Dios se apiade de ti! Has sido pensado para la indigencia y has acumulado grandes montones de dinero. Y aún grita el prior: "¡trae aquí más!". El saco ha perdido el fondo. Lo mismo hacen los vendedores ambulantes de reliquias, los peregrinos que se golpean la frente, los que trafican con cosas sagradas, que no se pierden nunca romería alguna en la que no se desgañiten proclamando que lo que llevan en el saco es la paja que estaba enterrada muy profunda bajo el pesebre de Belén; o una pata del burro de Balaam, una pluma del ala de San Miguel, también una brida del caballo de San Jorge o los zapatos de colores de Santa Clara.
Muchos ejercen la mendicidad en los años en que bien podrían trabajar y son jóvenes, fuertes y sanos; sólo que no gustan de doblar bien el espinazo, tienen clavado un hueso de bribón en la espalda. Sus hijos permanentemente tienen que ir a mendigar y aprender bien el vocerío del mendigo; si no, antes les partirán un brazo en dos o les producirán heridas e hinchazones para que pudieran gritar y aullar. Veinticuatro de ellos tienen aún su asiento en Estrasburgo, en el Dummenloch, sin contar a los que se mete en la inclusa. Pero los mendigos raramente ayunan. En Basilea, en el Kohlenberg, hacen muchas granujadas. Su jerga hampesca tienen en el país, y abundante comida por esos lugares. Cada mendigo tiene una chula, que va mintiendo, embaucando, haciéndose la enferma para conseguir dinero al pordiosero, que mira dónde es potable el morapio y corre por todos los bochinches; dónde jugar a los dados es su oficio, hasta que trampea aquí y allí, y pone pies en polvorosa hacia otro lugar; largándose por los campos, afana todo pato y gallina, les da garrote y les corta el gañote; les acompañan falsos tullidos y vagabundos de romerías.
Una insólita propiedad del mundo es con qué codicia se busca hoy el dinero. Heraldos, trovadores y farautes sin blasón censuraban en otros tiempos el escándalo público y conseguían así mucha honra; ahora cualquier necio quiere hablar y llevar bastoncillo decorado y liso, para quedar saciado con la mendicidad. A uno le molestaría que estuvieran enteros sus vestidos. Los mendigos timan a todos los países. Pero tienen que tener un cáliz de plata, pues todos los días entran en él siete jarras. Éste anda con muletas cuando se le ve, y, cuando está solo, no las necesita. Ése puede caer como un epiléptico ante la gente, para que todos puedan prestarle atención. Aquél toma prestados a otros sus hijos, para tener un buen montón de dinero; carga un burro con alforjas como si quisiera ir a Santiago. Uno anda cojeando, otro cual jorobado, un tercero ata una pierna a una muleta o un hueso de muerto en los pliegues del faldón; si se le mirara bien la herida, se vería cómo estaba atado. Sobre la mendicidad voy a permitirme detenerme aún algún tiempo, pues, por desgracia, los mendigos son legión y siguen aumentando cada vez más, pues el mendigar a nadie hace sufrir, sólo al que por necesidad tiene que hacerlo. Fuera de esto, excelente cosa es seguir siendo mendigo, pues del mendigar nadie se convierte en polvo: muchos se consiguen así el pan blanco; no beben el vino corriente, ha de ser de Rivoglio o de Alsacia. En el mendigar confían muchos que juegan, fornican y se comportan lujuriosamente; pues, aunque hayan derrochado sus bienes, no se les niega el mendigar: les está permitido el bastón de mendigo. Muchos que tienen más dinero que tú y yo se alimentan de la mendicidad.

Ilustración: Un mendigo con una pierna entablillada y la capucha de necio bien calada, camina con un bastón al lado de un asno, que en sus albardas lleva a niños pequeños. Una mujer bien vestida se ha quedado atrás para echar un trago de vino. En el horizonte s advierte una ciudad al pie de un lago.