martes, 19 de febrero de 2008

De las malas mujeres

Muchos cabalgarían con gusto tarde y temprano si pudieran llegar ante las mujeres, pero éstas pocas veces dejan en paz al borrico.

En el prefacio he dado testimonio y hecho la protesta de que en mi obra no deseaba acordarme con malicia de las buenas mujeres; pero se me reprocharía pronto si no dijese nada de las malas. La mujer que oye con placer la sabiduría, no se convierte fácilmente en ignominia. La buena mujer amansa la cólera del hombre. Asuero había realizado un juramento, pero Ester lo ablandó y suavizó. Abigaíl apaciguó prontamente a David. Pero las malas mujeres dan malos consejos, como hizo la madre de Ococías; Herodías mandó a su hija que hiciera decapitar al Bautista; por el consejo de las mujeres se transformó tanto Salomón, que adoró a dioses ajenos. La mujer se convierte pronto en urraca si se siente bien con la garrulería y cotorrea lip-lep por la noche y por el día. Piero engendró muchas jóvenes, cuya lengua estaba tan emponzoñada, que ardía como el carbón. Ésta se queja, ésa chismorrea, aquella miente, la de más allá carda la lana a todo lo que se dispersa y vuela; la otra arma gresca en la cama, su marido pocas veces tiene paz: muy a menudo tiene que oír el sermón cuando muchos monjes descalzos reposan y duermen en sus lechos. Más de uno tira de la soga y sólo pueden llevarse la peor parte. Muchas mujeres son bastante honradas e inteligentes, y sólo son para el marido demasiado listas porque no pueden soportar de él que las enseñe y diga algo. Muchísimas veces cae un hombre en la desgracia sólo por la boca de su mujer, como sucedió a Anfión de Tebas, cuando vio morir a todos sus hijos. Si las mujeres debieran hablar mucho, Calpurnia entraría poco en juego. La mala mujer siempre tiende a la maldad: la mujer que servía a José lo evidencia. Nunca se siente mayor cólera que cuando una mujerzuela se enfurece; se pone rabiosa como una leona a la que se quitan los cachorros, o como una osa que amamanta; Medea lo pone de manifiesto, y Procne. Cuando se llega hasta el fondo de la sabiduría, no se encuentra hierba más amarga sobre la tierra que la mujer, cuyo corazón es una red y un lazo, en los que caen muchos necios.
Por tres cosas tiembla la tierra, la cuarta no la puede resistir: un esclavo se ha convertido en señor, un necio que se ha hartado de comida, quien se casa con una mujer envidiosa, mala y venenosa; la cuarta cosa echa a perder por completo la amistad: la esclava que es heredera de su señora.
Tres cosas no se pueden saciar, la cuarta grita siempre: "¡trae aquí más!": una mujer, el infierno y la tierra, que absorbe todos los aguaceros; el fuego nunca dice "¡basta ya!" ¡Tengo bastante, no traigas más!".
Tres cosas no comprendo, de la cuarta nada sé en absoluto: cómo vuela un águila en el aire; una culebra que se desliza sobre la roca; la nave que surca el mar; un hombre que tiene aún un saber infantil. Igual es el camino de una mujer que se ha preparado para el adulterio: se chupa y limpia la boca muy lindamente, y dice: "¡nada malo he hecho!".
Un tejado con goteras en invierno se parece a una mujer que es rencillosa, el que con una así tira del arado, tiene bastante infierno y demonio en el purgatorio. Vasti ha dejado muchas sucesoras, que poco respetan a sus maridos. Voy a callar por completo sobre la mujer que osa preparar una sopita, como Poncia y Agripina, las Danaides y Clitemnestra, que apuñalaron a su marido en el lecho, como a Fereo le hizo su mujer. Muy rara es una Lucrecia o Porcia de Catón. Mujeres casquivanas se encuentran muchas, pues Tais anda en todos los juegos.