jueves, 21 de febrero de 2008

Del estudio de todos los países

Quien mide cielo, tierra y mar, y en ello busca placer, contento y sabiduría, mire de precaverse de la necedad.

No tengo tampoco por muy sabio al que dirige todos sus sentidos y su aplicación a explorar todos los países y ciudades, y toma en la mano el compás para informarse de cuán ancha, larga y grande es la tierra y a cuánta profundidad y distancia se extiende el mar, y qué es lo que sustenta la última esfera; como se sostiene el mar en el extremo del mundo, para no desplomarse; si se puede dar la vuelta a todo el mundo; qué pueblos viven en cada grado; si bajo nuestros pies hay también gente o allí nada existe, y cómo se sostienen para no caer en el aire; cómo se calcula con una varilla que el mundo entero se puede medir de punta a punta.
Arquímedes sabía mucho de eso: hacía en la arena círculos y puntos, con lo que era capaz de calcular muchas cosas, y no quería abrir la boca por temor a que se le escapara un soplo de aire que le borrara esos círculos; y antes que decir una palabra, prefirió dejarse asesinar. En geometría era muy diestro, mas no supo calcular su propio final.
Dicearco se afanaba por medir la altura de los montes, y encontró el Pelión más alto que todos los montes que había medido; pero no midió la altura de los Alpes en Suiza con sus propias manos, ni midió tampoco la profundidad del infernal agujero en que cayó y aún se haya.
Tolomeo calcula hasta con grados la longitud y latitud que posee la tierra; traza la longitud desde oriente y acaba en occidente, y la toma como de ciento ochenta grados: sesenta y tres hacia el septentrión y la latitud de la línea equinoccial; hacia el mediodía es más estrecha: encuentra veinticinco grados de tierra que ha sido descubierta. Plinio lo calcula con pasos, y Estabón obtiene de ello millas. Desde entonces se han encontrado muchas tierras detrás de Noruega y Tule: como Islandia y Laponia, que antes no eran conocidas. También con posterioridad se han encontrado en Portugal y en España, por todas partes, islas de oro y gentes desnudas, de las que antes nada se sabía decir.
Marino según el mar calculó el mundo, y erró muy horriblemente; Plinio, el gran maestro, dice que es un sinsentido querer entender las dimensiones del mundo y, además abandonar éste antes de tiempo y medir hasta detrás del mar. En eso la razón humana se equivoca mucho: mide todo el tiempo tales cosas y no puede medirse a sí misma, y cree que entiende las cosas que el propio mundo en sí no tiene.
Hércules puso en el mar, según se dice, dos columnas de bronce: una termina en África, otra comienza en España. Gran atención prestaba al de la tierra, y no sabía qué fin a él mismo se le deparaba, pues quien despreciaba todos los portentos fue asesinado con la artimaña de una mujer.
Baco desfiló con gran ejército por todos los países del mundo y por el mar, y era su único designio que cada cual aprendiera a beber vino; y, donde no había ni vino ni vid, enseñaba a hacer cerveza e hidromiel. Sileno no se pasó la vida tumbado en casa, sino que navegó también en la nave de los necios, acompañado de muchos otros randas y rapazas con gran jolgorio y música de cuerda. Era un bribón bebedor, que se sentía de maravilla con el vino. No hubiera necesitado entregarse tanto al trabajo, pues también sin él habría aprendido bien a beber. Con la francachela se causa aún gran deshonra; ahora es cuando anda él verdaderamente dando vueltas por el país y pone en descrédito de glotón bebedor a más de uno, cuyo padre jamás cató un vaso de vino. Pero ¿qué consiguió Baco con ello? A la postre tuvo que irse de sus gentes y marcharse allí donde ahora bebe, lo que le da más sed que placer; como quiera que los paganos le adoraron, no obstante, como un dios y le tuvieron en gran estima, de ellos ha venido después en el país la costumbre de andar pidiendo el día de San Bertaco, y después de su muerte, se honra aún a aquel que tanto mal nos ha traído. Las malas costumbres perviven mucho tiempo, la injusticia prevalece; pues el diablo trata siempre de que no nos liberemos de su yugo.
Con esto quiero volver a mi asunto e intención. ¿Qué necesidad tiene el hombre de buscar más cosas de lo que él es? No sabe qué beneficio le causa aprender cosas tan altas, y no conocer el momento –que cual sombra huye de aquí– de su muerte.
Aunque esta ciencia es cierta y verdadera, es, sin embargo, un gran necio quien tiene tan poco sentido, que quiere saber cosas lejanas y conocerlas con pelos y señales, pero no sabe conocerse a sí mismo ni piensa cómo aprenderlo. Busca sólo gloria y fama terrenal, y no piensa en el Reino eterno, en su blancura, belleza y excelsitud, y en sus muchas moradas. Por lo terreno se ciega todo necio y busca su placer y contento en tener más perjuicio que provecho. Muchos han descubierto países lejanos y extraños, pero en ellos nadie se conoció jamás a sí mismo. Quien sabio es, como lo fue Ulises, que anduvo mucho tiempo en su viaje y vio numerosos países, gentes, ciudades y mares, y acrecentó en sí el buen saber; o como hizo Pitágoras, que nació en Menfis; también Platón viajó por Egipto y llegó después a Italia, con lo que aprendió cada día algo más y aumentó su ciencia y sabiduría; Apolonio recorrió todos los lugares donde había oído hablar de sabios, buscó y siguió diariamente a éstos para aumentar sus conocimientos y encontró por doquier lo que más le instruía y antes nunca había oído… A quien hiciera ahora tales marchas y viajes para aumentar de continuo su sabiduría, se le podría pasar mejor por alto, aunque no sería suficiente, pues no puede servir cumplidamente a Dios quien es dado a viajar.

Ilustración: Mientras que un necio trata de medir con un compás la tierra, que está pintada en el suelo y está rodeada del mar y de dos círculos, otro necio se asoma por una tapia y le hace burla.