
Cazar no está falto de necedad, pues se pasa así mucho tiempo sin provecho. Aunque debe ser una diversión, exige grandes dispendios; pues el sabueso, galgo, mastín o perro braco no llenan gratis sus carrillos. Como el perro, el ave de cetrería y el halcón no traen ningún provecho y ocasionan muchos gastos. Aunque no se cace ni una liebre ni una perdiz, le cuesta al cazador una libra. Además, se necesita mucho tiempo y pasar penalidades para correr tras la presa, para seguirla a pie y a caballo, y para rastrear montes y valles, bosques y setos, donde el cazador pueda apostarse, esperar y ocultarse. Los unos espantan más que cazan: no han hecho bien el cerco; el otro, caza a menudo una liebre que ha comprado en el mercado. Algunos que quieren dárselas de muy valientes, osan ir en pos de leones, osos y jabalíes, y hasta escalar tras las gamuzas, mas reciben su último trofeo.
Los campesinos cazan en la nieve, la nobleza no tiene ya su privilegio: si persigue largas horas al venado, el aldeano ya lo ha vendido en secreto. Nemrod fue el primer cazador, al ser completamente abandonado por Dios. Esaú cazaba porque era un pecador y se había olvidado de Dios. Pocos cazadores se encuentran ahora cono Huberto y Eustaquio, que dejaron de cazar, pensando que, de no hacerlo, no servían a Dios.