viernes, 29 de febrero de 2008

Del ocioso cazar

Gran dispendio hacen muchos en la caza, que poco provecho es reporta, aunque usen muchos dichos de cazador.

Cazar no está falto de necedad, pues se pasa así mucho tiempo sin provecho. Aunque debe ser una diversión, exige grandes dispendios; pues el sabueso, galgo, mastín o perro braco no llenan gratis sus carrillos. Como el perro, el ave de cetrería y el halcón no traen ningún provecho y ocasionan muchos gastos. Aunque no se cace ni una liebre ni una perdiz, le cuesta al cazador una libra. Además, se necesita mucho tiempo y pasar penalidades para correr tras la presa, para seguirla a pie y a caballo, y para rastrear montes y valles, bosques y setos, donde el cazador pueda apostarse, esperar y ocultarse. Los unos espantan más que cazan: no han hecho bien el cerco; el otro, caza a menudo una liebre que ha comprado en el mercado. Algunos que quieren dárselas de muy valientes, osan ir en pos de leones, osos y jabalíes, y hasta escalar tras las gamuzas, mas reciben su último trofeo.
Los campesinos cazan en la nieve, la nobleza no tiene ya su privilegio: si persigue largas horas al venado, el aldeano ya lo ha vendido en secreto. Nemrod fue el primer cazador, al ser completamente abandonado por Dios. Esaú cazaba porque era un pecador y se había olvidado de Dios. Pocos cazadores se encuentran ahora cono Huberto y Eustaquio, que dejaron de cazar, pensando que, de no hacerlo, no servían a Dios.