domingo, 17 de febrero de 2008

De las serenatas nocturnas

Quien tiene muchas ganas de dar serenatas por la ncohe en la calle delante de la puerta, gusta también de congelarse pasando la noche en vela.

Ahora el baile de los necios estaría casi concluido, pero la representación no sería completa si no figuraran aquí también los lechuguinos, los pisacalles y los bragueteros que por la noche no pueden tener reposo si no andan por la calle tocando el laúd delante de la puerta, a ver si quiere mirar la rapazuela. Y no se van de la calle hasta que se les echa encima lo de un orinal o se les lanza una pedrada. Es pequeña, en verdad, la alegría: congelarse así en las noches de invierno, cuando cortejan a la necia con música de cuerda, pífanos, cánticos, y en el mercado de madera saltan sobre los troncos. Hacen esto estudiantes, clérigos y legos, que tocan para la fila de los necios; cada cual chilla, grita de alegría, ruge, bala, como si fuera asesinado justamente en ese momento. Cada necio dice al otro dónde tiene que esperar la llamada, allí hay que organizarle la serenata. Tan en secreto lleva sus cosas, que todos tienen que hablar de ello; los pescadores tienen que propalarlo a los cuatro vientos. Más de uno deja en a cama a su mujer, que preferiría tener diversión con él, y baila a cambio en la cuerda de los necios. Si eso ha de acabar bien, se precisa una buena estrella. Callo sobre aquellos a quienes divierte andar por ahí en vestido de necio; si se les llamase mentecatos, muchos se sorprenderían de la denominación.

Ilustración: Tres músicos y dos cantantes ofrecen una serenata nocturna a una joven, que se asoma desnuda por la ventana y les tira el contenido del orinal. El cantante más bajo, en primera fila, tiene la boca abierta.