jueves, 28 de febrero de 2008

Del hacerse clérigo

Algunos aspiran a la clerecía, a vestir sotana de cura y hábito de convento, y después se arrepienten y lo lamentan.

Otra cosa más se enseña ahora, que tiene también su sitio en la nave de los necios y de la que todos se sirven: cada campesino quiere tener en la familia un cura, que se alimente de la ociosidad, viva sin trabajar y sea un señor. No es que lo haga por devoción o porque cuide de salvar el alma, sino que desearía tener un señor que pudiera alimentar a sus hermanos. Y poco le deja aprender. Se dice "¡puede entenderlo con facilidad! ¡No necesita pensar en grandes saberes para conseguir una prebenda!" Y tiene el sacerdocio en tan poco aprecio como si fuera una cosa liviana. Por ello encontramos ahora muchos curas jóvenes que saben tanto como los monos, pero toman sobre sus espaldas el cuidado de las almas, cuando apenas se les confiaría una res; tanto saben de dirigir una iglesia como el burro del molinero tocar la lira. Los obispos son los culpables: no deberían permitir recibir las sagradas órdenes, ni, sobre todo, cuidar de las almas, a quienes no sean completamente dignos; y así cada uno sería un sabio pastor que no descarría a sus ovejas. Mas ahora piensan los jóvenes lechuguinos que, si fueran curas, cada uno tendría lo que quisiera. En verdad no es todo oro lo que en la silla de montar reluce. Algunos ensucian sus manos haciéndose ordenar scerdotes siendo jóvenes y se maldicen después por no haber esperado más; hay de ellos incluso quienes acabaron mendigando. Si hubieran tenido una adecuada renta antes de abrazar el sacerdocio, no hubieran llegado a tal extremo. A muchos se ordena por protección de los señores o por la mesa de éste o aquél, aunque de ella como poco pescado. Se prestan nombramientos unos a otros para tener un título, y creen engañar al obispo, cuando engañan a sí mismos con su propia corrupción. No hay ganado más pobre sobre la tierra que el clero que carece de sustento. Tiene gastos por doquier: obispo, vicario, fiscal, el señor de la renta, sus propios amigos, la sirvienta y los niños pequeños le dan un buen empujón para que entre en la nave de los necios y se olvide así de todo contento.
¡Ay Dios! A algunos de los que dicen misa, mejor les fuera abstenerse de ello y no tocar nunca el altar, pues Dios no se acuerda de nuestra ofrenda cuando se realiza en pecado y con pecado. A Moisés habló Dios nuestro Señor: "¡Que todo animal se aleje y no toque el monte sagrado, para que no sucedan grandes calamidades!" Por haber tocado el Arca, murió Oza al instante; Coré tocó el incensario y murió, con Datán y Abirón.
La carne consagrada sabe bien a muchos; quien gusta de calentarse con carbón del convento, tórnasele a la postre fuego y rescoldo. ¡Fácil es predicar a gente inteligente! Encontramos ahora a muchos niños en las órdenes, antes de hacerse hombres; antes de entender si esto les aprovecha o perjudica, están metidos en el embrollo. Aunque la buena costumbre trae buen beneficio, en ocasiones se arrepienten algunos, que maldicen a todos los amigos que son causa de tal ordenación. Muy pocos entran hoy en el convento en una edad en que no lo entienden; o van allí por mor de Dios, y no de su propio sustento. No respetan la clerecía y hacen todo sin devoción, especialmente en todas las órdenes en que no se mantiene la observancia. Tales gatos monacales son muy vivaces: no hay cordel que los ate. Pero mejor sería al fraile no pertenecer a orden ninguna que no obrar con justicia.

Ilustración: Los estudiantes tratan de aparentar aplicación para la obtención de prebendas eclesiásticas.