viernes, 29 de febrero de 2008

Del ocioso cazar

Gran dispendio hacen muchos en la caza, que poco provecho es reporta, aunque usen muchos dichos de cazador.

Cazar no está falto de necedad, pues se pasa así mucho tiempo sin provecho. Aunque debe ser una diversión, exige grandes dispendios; pues el sabueso, galgo, mastín o perro braco no llenan gratis sus carrillos. Como el perro, el ave de cetrería y el halcón no traen ningún provecho y ocasionan muchos gastos. Aunque no se cace ni una liebre ni una perdiz, le cuesta al cazador una libra. Además, se necesita mucho tiempo y pasar penalidades para correr tras la presa, para seguirla a pie y a caballo, y para rastrear montes y valles, bosques y setos, donde el cazador pueda apostarse, esperar y ocultarse. Los unos espantan más que cazan: no han hecho bien el cerco; el otro, caza a menudo una liebre que ha comprado en el mercado. Algunos que quieren dárselas de muy valientes, osan ir en pos de leones, osos y jabalíes, y hasta escalar tras las gamuzas, mas reciben su último trofeo.
Los campesinos cazan en la nieve, la nobleza no tiene ya su privilegio: si persigue largas horas al venado, el aldeano ya lo ha vendido en secreto. Nemrod fue el primer cazador, al ser completamente abandonado por Dios. Esaú cazaba porque era un pecador y se había olvidado de Dios. Pocos cazadores se encuentran ahora cono Huberto y Eustaquio, que dejaron de cazar, pensando que, de no hacerlo, no servían a Dios.

jueves, 28 de febrero de 2008

Del hacerse clérigo

Algunos aspiran a la clerecía, a vestir sotana de cura y hábito de convento, y después se arrepienten y lo lamentan.

Otra cosa más se enseña ahora, que tiene también su sitio en la nave de los necios y de la que todos se sirven: cada campesino quiere tener en la familia un cura, que se alimente de la ociosidad, viva sin trabajar y sea un señor. No es que lo haga por devoción o porque cuide de salvar el alma, sino que desearía tener un señor que pudiera alimentar a sus hermanos. Y poco le deja aprender. Se dice "¡puede entenderlo con facilidad! ¡No necesita pensar en grandes saberes para conseguir una prebenda!" Y tiene el sacerdocio en tan poco aprecio como si fuera una cosa liviana. Por ello encontramos ahora muchos curas jóvenes que saben tanto como los monos, pero toman sobre sus espaldas el cuidado de las almas, cuando apenas se les confiaría una res; tanto saben de dirigir una iglesia como el burro del molinero tocar la lira. Los obispos son los culpables: no deberían permitir recibir las sagradas órdenes, ni, sobre todo, cuidar de las almas, a quienes no sean completamente dignos; y así cada uno sería un sabio pastor que no descarría a sus ovejas. Mas ahora piensan los jóvenes lechuguinos que, si fueran curas, cada uno tendría lo que quisiera. En verdad no es todo oro lo que en la silla de montar reluce. Algunos ensucian sus manos haciéndose ordenar scerdotes siendo jóvenes y se maldicen después por no haber esperado más; hay de ellos incluso quienes acabaron mendigando. Si hubieran tenido una adecuada renta antes de abrazar el sacerdocio, no hubieran llegado a tal extremo. A muchos se ordena por protección de los señores o por la mesa de éste o aquél, aunque de ella como poco pescado. Se prestan nombramientos unos a otros para tener un título, y creen engañar al obispo, cuando engañan a sí mismos con su propia corrupción. No hay ganado más pobre sobre la tierra que el clero que carece de sustento. Tiene gastos por doquier: obispo, vicario, fiscal, el señor de la renta, sus propios amigos, la sirvienta y los niños pequeños le dan un buen empujón para que entre en la nave de los necios y se olvide así de todo contento.
¡Ay Dios! A algunos de los que dicen misa, mejor les fuera abstenerse de ello y no tocar nunca el altar, pues Dios no se acuerda de nuestra ofrenda cuando se realiza en pecado y con pecado. A Moisés habló Dios nuestro Señor: "¡Que todo animal se aleje y no toque el monte sagrado, para que no sucedan grandes calamidades!" Por haber tocado el Arca, murió Oza al instante; Coré tocó el incensario y murió, con Datán y Abirón.
La carne consagrada sabe bien a muchos; quien gusta de calentarse con carbón del convento, tórnasele a la postre fuego y rescoldo. ¡Fácil es predicar a gente inteligente! Encontramos ahora a muchos niños en las órdenes, antes de hacerse hombres; antes de entender si esto les aprovecha o perjudica, están metidos en el embrollo. Aunque la buena costumbre trae buen beneficio, en ocasiones se arrepienten algunos, que maldicen a todos los amigos que son causa de tal ordenación. Muy pocos entran hoy en el convento en una edad en que no lo entienden; o van allí por mor de Dios, y no de su propio sustento. No respetan la clerecía y hacen todo sin devoción, especialmente en todas las órdenes en que no se mantiene la observancia. Tales gatos monacales son muy vivaces: no hay cordel que los ate. Pero mejor sería al fraile no pertenecer a orden ninguna que no obrar con justicia.

Ilustración: Los estudiantes tratan de aparentar aplicación para la obtención de prebendas eclesiásticas.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Del necio grosero

Las palabras groseras u obscenas producen excitación, y se perturban muy a menudo las buenas costumbres cuando se sacude con excesiva fuerza el cencerro de la cerda.

Hay un nuevo santo, que se llama San Grobiano, al que ahora todos quieren festejar y rendir culto por doquier con obscenas y groseras obras, maneras y palabras, y quieren bromear con él, aunque su propio cíngulo tiene poco decoro. Don Decente, por desgracia, ha muerto: el necio tiene a la puerca por la oreja y la sacude para que suene el cencerro de la cerda y le cante la marranada. La cerda dirige ahora sola el baile, sostiene con el rabo la nave de los necios, para que no naufrague por su peso, lo que sería gran pena sobre la tierra; pues donde los necios no beben vino, apenas costaría una perra chica. Pero la cerda tiene ahora muchos hijos; la chusma grosera ha arrinconado la sabiduría, y a nadie deja acercarse al tablero de las damas, sólo la cerda lleva puesta la corona; quien sabe tocar bien el cencerro de la cerda, tiene que ir ahora delante. Quien ahora sabe realizar tal menester, como lo hizo el cura de Kalenberg o el monje Eilsam con su barba, quien creía que hacía un buen viaje de armas. Algunos obran y hablan de tal guisa, que, si los viera y oyera Orestes, aunque tenía perturbados todos los sentidos, diría que no podría haberlo hecho ningún cuerdo. Limpioalpueblo se ha quedado ciego porque los campesinos están ahora borrachos. Don Tarugo es el primero en el baile, con don Grosero y don Tragón. Todo necio quiere hacer cerdadas, que se le deje la caja que se lleva por ahí con la grasa de burro. La caja del asno nunca se vacía, por mucho que cada cual quiera meter en ella la mano y engrasar así sus gaitas. La grosería se extiende en nuestros días y vive casi en cada casa; poco se ejercita ya el buen juicio. Lo que ahora se habla o escribe, de la caja se ha tomado. Sobre todo, cuando se reúnen los calaveras, la cerda eleva sus maitines: la prima es en tono de asno, la tercia es de San Gobriano; aprendices de sombrereros cantan la sexta, de grosero fieltro es el texto; la chusma grosera está sentada en la nona, glotones y crápulas vienen aquí; toca después la cerda a vísperas; don Sucio y don Inmundo cantan a continuación, pues se celebrarán las completas cuando se haya entonado el "Todos están llenos". El sebo de asno no descansa, mezclado está con la grasa de cerdo; el uno se lo frota al otro, al que desea tener por compañero y quien quiere ser grosero, pero no puede. No se respeta a Dios ni a la honradez, de toda cosa grosera se habla; a quien sabe ser el summum de la grosería, se le ofrece un vaso de vino. Y se ríen de él hasta hacer temblar la casa, y se le pide que cuente otra gracia. Se dice: "¡éste es un buen chiste, con él no se nos hace largo el rato!" Un necio grita al otro: "¡sé buen compañero y alegre! ¡Fetti gran schyer e belli schyer! ¿Qué otra alegría tenemos en la tierra, a no ser esta buena compañía? ¡Seamos felices, llenemos la panza, gritemos! Poco tiempo nos queda en este mundo: ¡que nos traiga algún contento!; pues quien de muerte fallece, así yace, y no disfruta después de ningún tiempo gozoso. ¡Nunca hemos sabido de nadie que haya vuelto del infierno y que nos diga cómo van las cosas por allí! ¡Cultivar la buena compañía no es pecado! Los curas dicen lo que quieren, y que esto y aquello está prohibido; si el pecado fuera como nos lo pintan, ellos mismos no pecarían. "Si el cura no hablara del demonio, y el pastor no se quejara de los lobos, nada sacarían los dos". Con tal discurso andan los necios y con su grosera chusma escarnecen a mundo entero y también a Dios, mas a la postre sirven de mofa a la gente.

Ilustración: Un necio tira de la oreja a una cerda, con corona y cencerro, para que éste suene. El rabo de la cerda está atado a la nave de los necios, que se encuentra en un lago, junto a unos acantilados y a cierta distancia de otra nave.

martes, 26 de febrero de 2008

Disputar e ir a los tribunales

Muy a menudo siente el rastrillo quien siempre anda en disputas como un niño y quiere dejar ciega a la Verdad.

De los necios quiero también contar que en cualquier asunto quieren pleitear y no llegan a avenencia alguna sin haber tenido antes disputas; para que el proceso se alargue y para huir de la justicia, se hacen citar, rogar, exhortar, proscribir, dictar públicamente la sentencia y desterrar, confiando en curvar bien el Derecho, para que no siga recto, como si fuera una nariz de cera. No piensan que son la liebre que viene a la sopa de los escribanos. El magistrado, apoderado, defensor y abogado tienen que llevarse también a la mesa su buena porción de pescado. Éstos pueden entonces dilatar bien el proceso y tender sus redes a la presa, de suerte que de un asuntillo salga un asunto y de un reguero un arroyo. Hay que contratar ahora costosos oradores y traerlos de lejanas tierras, para que con sus sutilezas encubran y den la vuelta a las cosas y con su garrulería embauquen al juez. Después hay que diferir mucho los plazos, para que los honorarios puedan engordarse y se derroche en viajes y banquetes más de lo que vale el asunto principal. Muchos gastan en perejil más de lo que ganan en su jornada, pero piensan tapar los ojos a la Verdad no dejando que el juicio termine pronto.
Desearía a quien guste disputar que llevara clavados en el culo pesados rastrillos.

Ilustración: Un necio, con un rastrillo clavado en el trasero y expresión siniestra, venda los ojos a la Justicia, que tiene el semblante tranquilo. Dos rastrillos más en el suelo amenanzan al necio.

lunes, 25 de febrero de 2008

No proveerse a tiempo

Quien no sabe mover la horca del heno en verano, ha de sufrir penurias en invierno y contemplar a menudo el baile del oso.

Se encuentra mucho hombre despreciado, que es tan haragán, que nunca se apresta a realizar lo que ha empezado. Nada dispone a tiempo, nada guarda durante la noche, pues es tan indolente, que no piensa en lo que le falta y en lo que ha de tener en caso de necesidad. Cuando ésta le sobreviene, no piensa más lejos, a todas horas, que desde la nariz a la boca. A quien sabe recolectar en verano para poder pasar el invierno, le llamo yo un hombre sabio; mas el que en verano no quiere hacer otra cosa que dormir todo el tiempo al sol, ha de tener provisiones previamente acopiadas, o mal se las arreglará en el invierno, y tendrá que chupar mucho de las garras hasta vencer el hambre. Quien no hace heno en verano, anda a voces en invierno; tiene sólo una cuerda liada y grita que se le venda heno. El perezoso ara de mal agrado en invierno, y en el verano se alimenta mendigando, y tiene que soportar tiempos difíciles: pide mucho y recibe poco.
¡Aprende, necio, y hazte como la hormiga! Abastécete en el buen tiempo, para que no tengas que sufrir penurias cuando otras gentes van en pos de su alegría.

Ilustración: Un necio andrajoso, sin zapatos y con una cuerda en el brazo, apunta gritando hacia un montón de heno. Un oso, medio escondido, se chupa las garras. Hormigas y abejas completan el conjunto.

domingo, 24 de febrero de 2008

Hacer el mal y no esperar

Lanza hacia arriba la pelota y no espera que caiga, el que quiere enfurecer a toda la gente.

Un necio es el que a los otros hace lo que él mismo de nadie puede tomar por bueno. Mire cada cual lo que hace a los demás, para que se le contente también con ello. Como uno grita ante el bosque, así recibe siempre su eco; quien quiere meter a otros en el saco, espere también sufrir la bofetada. El que a muchos dice lo que a cada cual le falta, oye muy a menudo quién es él mismo.
Como Adonisedec hizo a muchos otros, así recibió en recompensa; el propio Perilo cantaba a la vaca que había preparado para otros; lo mismo suceció a Busiris, Diómedes y Falaris; alguno cava a otro una fosa, pero cae él mismo en ella. Una horca para otro dispuso Amán, pero en ella fue colgado él mismo. Confía mucho en todos, pero sé precavido, pues en verdad se echa ahora de menos la confianza. Prevé lo que se esconde detrás de cada cual: Confíamucho se fue cabalgando muchos caballos. No comas con un envidioso ni quieras ir con él a la mesa, pues él calcula desde ese instante lo que nunca has pensado en tu interior. Él te dice: "¡amigo, come y bebe!"; pero su corazón está muy alejado de ti, como si dijese: "¡te lo concedo de tan buen grado como si un ladrón me lo hubiera robado!" Alguno que en broma te mira risueño, te comería el corazón en secreto.

Ilustración: En el detallado marco de una ciudad, un necio trata de golpear a un hombre, quien trata de apaciguarle, pero echa también la mano a la espada. Un joven observa la escena.

sábado, 23 de febrero de 2008

No entender las bromas

Quien anda con niños y necios, ha de tomarse a bien sus bromas, porque, si no, tiene que irse con los necios.

Un necio es el que no entiende cuándo habla con un necio; un necio es el que ladra siempre en contra y se pelea con un borracho, y quiere bromear con niños y necios, sin aceptar el juego de la necedad. Quien quiera ir con cazadores, acose; quien quiera jugar a los bolos, ponga; aúlle el que esté entre los lobos; miente, digo yo, aquel al que nada le falta. Dar palabra por palabra es necedad; dar bueno por malo tiene alto precio. A quien da lo malo por bueno, lo malo no se le sale nunca de casa; al que se ríe porque otro llora, le ocurrirá lo mismo antes de que lo piense. El sabio gusta de etar entre sabios. El necio gusta de andar entre necios. El que nadie pueda soportar a un necio, se debe a su soberbia. Más apesadumbra a un necio ver a algunos ir delante de él que le alegra el que todos le sigan y caigan a sus pies. Y para que veas cómo lo entiendo: el orgulloso gustaría ser único señor. Amán no sentía tan gran placer porque le adorara todo el mundo, como aflicción porque no le adorara un solo hombre, Mardoqueo. No es menester fijarse en los necios, pues se les conoce por sus obras. Quien quiera ser sabio (como debe quienquiera), manténgase de los necios bien apartado.

Ilustración: Un niño montado en un caballito de madera, roza a un necio con una pequeña rama. El necio se enfada de la broma, al igual que otro necio que está sacando ya la espada de la vaina.

viernes, 22 de febrero de 2008

No querer ser un necio

El necio Marsias pedío y se le quitó piel y cabello, mas la gaita todavía tocó como hiciera antes de aquello.

Propio es de todo necio no querer observar que es objeto de burla; por ello perdió el necio Marsias piel y cabello. Pero la estulticia es tan ciega, que el necio piensa siempre que es sabio cuando se burlan de él y le gastan bromas pesadas; si se pone serio sobre el asunto, se le tiene también por sabio... hasta que se le cae la gaita de la manga.
Quien tiene muchos bienes, tiene muchos amigos; se le ayuda convenientemente también a pecar y cada cual mira cómo lo puede desollar; esto dura hasta que se empobrece; entonces se dice: "¡ay! ¡Que Dios tenga piedad! ¡Cuántos seguidores tenía antes, y ahora no hay amigo que me quera consolar! ¡Si lo hubiera observado a tiempo, aún sería rico y no despreciado!" Gran necedad es, ciertamente, disipar en un año aquello con lo que se ha de vivir el resto de los días; derrochando alegremente y creer antes de tiempo que ha ya acabado el trabajo de la jornada, para después... seguir al mendigo. Cuando entonces en sus manos le golpean la pobreza, el desprecio, la burla, la miseria, y corre deshecho y desnudo, le llega el golpe del arrepentimiento. ¡Dichoso aquel que, mediante bienes que, sin embargo, ha de dejar aquí, sabe hacerse amigos, que le consuelan, cuando todos lo han abandonado!
En cambio, hay mucho necio sobre la tierra que adopta necios modales y que, aunque se le desollara y cociese, nada en absoluto entendería, a no ser que mueve las orejas; quiere ser necio con toda aplicación, mas a nadie placen sus necias maneras; aunque atúa como un bufón, nadie cree buenas sus bufonadas. También dicen de él algunos compañeros: "¡El necio quería actuar como necio, y no sabe ni los modos ni los modales! ¡Es un necio y no vale nada!
Y sucede una cosa singular en la tirra: más de uno quiere ser un sabio, pero se acomoda a la estulticia, y cree que se le debe alabar cuando se dice: "Ése conoce bien la necedad!" Por el contrario, hay también muchos necios que han incubado un cuco; pretenden hablar de la verdad, sea a palos o a puñaladas; piensan que son contados entre los sabios, cuando se les tienen por necios. Si se machaca bien a un necio, como se hace a la pimienta en el mortero, y se le echa dentro muchos años, tan necio seguirá como antes. Pues a todo necio se le olvida que don Locuelo es hermano de don Señuelo.
Alguno se dejaría medio desollar y atar con cuerdas las cuatro patas si de ellos sacara dinero y tuviese mucho oro en casa; también soportaría estar en cama, si tuviera la enfermedad de los ricos; y que se le tachase de granuja, si obtuviera de ello pago e interés; nadie se conforma con poco: quien tiene mucho, quiere tener mucho más. De la riqueza nace la soberbia; muy raramente trae la riqueza humildad. ¿Qué es la mierda si no huele?
Muchos están solos, no tienen hijos, hermanos ni amigos próximos, y no dejan de trabajar; sus ojos no llena tampoco riqueza alguna, y no piensan: "¿Para quién trabajo y ahorro yo? Necio e imbécil de mí, ¿es que paso malos tiempos?" Dios da a alguno fama y riqueza, y a su alma sólo le falta que Dios no le concede que las necesite en el momento oportuno y también que se atreva a disfrutar con medida lo que está ahorrando para un crápula de fuera. Tántalo está en placenteras aguas, mas no puede calmar su sed; aunque mira las manzanas, poco se alegra con ello. Porque él mismo de todo se abstiene.

Ilustración: Sobre una mesa dos verdugos están abriendo a un necio. Personajes de ambos sexos miran complacidos la escena. Debajo de la mesa yace una gaita. Detrás del grupo una pareja se acaricia. En el ángulo superior derecho dos necios miran asustados y están a punto de huir.

jueves, 21 de febrero de 2008

Del estudio de todos los países

Quien mide cielo, tierra y mar, y en ello busca placer, contento y sabiduría, mire de precaverse de la necedad.

No tengo tampoco por muy sabio al que dirige todos sus sentidos y su aplicación a explorar todos los países y ciudades, y toma en la mano el compás para informarse de cuán ancha, larga y grande es la tierra y a cuánta profundidad y distancia se extiende el mar, y qué es lo que sustenta la última esfera; como se sostiene el mar en el extremo del mundo, para no desplomarse; si se puede dar la vuelta a todo el mundo; qué pueblos viven en cada grado; si bajo nuestros pies hay también gente o allí nada existe, y cómo se sostienen para no caer en el aire; cómo se calcula con una varilla que el mundo entero se puede medir de punta a punta.
Arquímedes sabía mucho de eso: hacía en la arena círculos y puntos, con lo que era capaz de calcular muchas cosas, y no quería abrir la boca por temor a que se le escapara un soplo de aire que le borrara esos círculos; y antes que decir una palabra, prefirió dejarse asesinar. En geometría era muy diestro, mas no supo calcular su propio final.
Dicearco se afanaba por medir la altura de los montes, y encontró el Pelión más alto que todos los montes que había medido; pero no midió la altura de los Alpes en Suiza con sus propias manos, ni midió tampoco la profundidad del infernal agujero en que cayó y aún se haya.
Tolomeo calcula hasta con grados la longitud y latitud que posee la tierra; traza la longitud desde oriente y acaba en occidente, y la toma como de ciento ochenta grados: sesenta y tres hacia el septentrión y la latitud de la línea equinoccial; hacia el mediodía es más estrecha: encuentra veinticinco grados de tierra que ha sido descubierta. Plinio lo calcula con pasos, y Estabón obtiene de ello millas. Desde entonces se han encontrado muchas tierras detrás de Noruega y Tule: como Islandia y Laponia, que antes no eran conocidas. También con posterioridad se han encontrado en Portugal y en España, por todas partes, islas de oro y gentes desnudas, de las que antes nada se sabía decir.
Marino según el mar calculó el mundo, y erró muy horriblemente; Plinio, el gran maestro, dice que es un sinsentido querer entender las dimensiones del mundo y, además abandonar éste antes de tiempo y medir hasta detrás del mar. En eso la razón humana se equivoca mucho: mide todo el tiempo tales cosas y no puede medirse a sí misma, y cree que entiende las cosas que el propio mundo en sí no tiene.
Hércules puso en el mar, según se dice, dos columnas de bronce: una termina en África, otra comienza en España. Gran atención prestaba al de la tierra, y no sabía qué fin a él mismo se le deparaba, pues quien despreciaba todos los portentos fue asesinado con la artimaña de una mujer.
Baco desfiló con gran ejército por todos los países del mundo y por el mar, y era su único designio que cada cual aprendiera a beber vino; y, donde no había ni vino ni vid, enseñaba a hacer cerveza e hidromiel. Sileno no se pasó la vida tumbado en casa, sino que navegó también en la nave de los necios, acompañado de muchos otros randas y rapazas con gran jolgorio y música de cuerda. Era un bribón bebedor, que se sentía de maravilla con el vino. No hubiera necesitado entregarse tanto al trabajo, pues también sin él habría aprendido bien a beber. Con la francachela se causa aún gran deshonra; ahora es cuando anda él verdaderamente dando vueltas por el país y pone en descrédito de glotón bebedor a más de uno, cuyo padre jamás cató un vaso de vino. Pero ¿qué consiguió Baco con ello? A la postre tuvo que irse de sus gentes y marcharse allí donde ahora bebe, lo que le da más sed que placer; como quiera que los paganos le adoraron, no obstante, como un dios y le tuvieron en gran estima, de ellos ha venido después en el país la costumbre de andar pidiendo el día de San Bertaco, y después de su muerte, se honra aún a aquel que tanto mal nos ha traído. Las malas costumbres perviven mucho tiempo, la injusticia prevalece; pues el diablo trata siempre de que no nos liberemos de su yugo.
Con esto quiero volver a mi asunto e intención. ¿Qué necesidad tiene el hombre de buscar más cosas de lo que él es? No sabe qué beneficio le causa aprender cosas tan altas, y no conocer el momento –que cual sombra huye de aquí– de su muerte.
Aunque esta ciencia es cierta y verdadera, es, sin embargo, un gran necio quien tiene tan poco sentido, que quiere saber cosas lejanas y conocerlas con pelos y señales, pero no sabe conocerse a sí mismo ni piensa cómo aprenderlo. Busca sólo gloria y fama terrenal, y no piensa en el Reino eterno, en su blancura, belleza y excelsitud, y en sus muchas moradas. Por lo terreno se ciega todo necio y busca su placer y contento en tener más perjuicio que provecho. Muchos han descubierto países lejanos y extraños, pero en ellos nadie se conoció jamás a sí mismo. Quien sabio es, como lo fue Ulises, que anduvo mucho tiempo en su viaje y vio numerosos países, gentes, ciudades y mares, y acrecentó en sí el buen saber; o como hizo Pitágoras, que nació en Menfis; también Platón viajó por Egipto y llegó después a Italia, con lo que aprendió cada día algo más y aumentó su ciencia y sabiduría; Apolonio recorrió todos los lugares donde había oído hablar de sabios, buscó y siguió diariamente a éstos para aumentar sus conocimientos y encontró por doquier lo que más le instruía y antes nunca había oído… A quien hiciera ahora tales marchas y viajes para aumentar de continuo su sabiduría, se le podría pasar mejor por alto, aunque no sería suficiente, pues no puede servir cumplidamente a Dios quien es dado a viajar.

Ilustración: Mientras que un necio trata de medir con un compás la tierra, que está pintada en el suelo y está rodeada del mar y de dos círculos, otro necio se asoma por una tapia y le hace burla.

miércoles, 20 de febrero de 2008

De la interpretación de las estrellas

Mucha superstición hoy se inventa; el porvenir se ve en las estrellas; todos los necios por ellas se guían.

Un necio es quien promete más de lo que se sabe capaz de dar o tiene el valor de hacer. Prometer sienta bien a los médicos; pero el necio promete en un día más de lo que todo el mundo puede realizar.
Por lo venidero todos se orientan, por lo que nos dicen las estrellas y el firmamento y el curso de los planetas o por lo que Dios pretende en su Voluntad, y creen que se debe saber todo lo que Dios pretende hacer con nosotros, como si las estrellas impusieran una ley por la que hubieran de regirse todas las cosas, y Dios no fuese Maestro y Señor, que unas cosas alivia y otras agrava, y hace que muchos hijos de Saturno sean, sin embargo, justos, píos y santos, y, por el contrario, el Sol y Júpiter tengan hijos que no estén libres de maldad.
No corresponde a un cristiano andar con ciencia pagana y observar en el curso de las estrellas si este día es bueno para comprar, para construir, para la guerra, para casarse, para la amistad, y muchas cosas semejantes más. Toda palabra nuestra, obra, acción y omisión ha de venir de Dios y a Él sólo ha de ir. Por ello, no cree rectamente en Dios el que tiene tal fe en las estrellas, que piensa que una hora, mes, día y año son propicios, que ni antes ni después debe comenzar nada grande, sino sólo en ese momento, y que no se puede hacer en día distinto, nefasto. Y quien nada nuevo se ha ingeniado, ni por el año nuevo va a cantar, ni pone en su casa verdes ramas de abeto, piensa que no sobrevivirá al año: ¡ya lo creían así los egipcios! Lo mismo en el año nuevo: quien no recibe algún regalo, piensa que todo el año no será bueno. E igual con la superstición de toda especie, con la bienaventuranza y los gritos de los pájaros, con letras mágicas, bendiciones, libro de sueños y buscando a la luz de la luna o persiguiendo la magia negra; nada hay que no se quiera saber. Cada cual jura que nada le falta, y le faltan siete leguas.
No es que interpreten sólo el curso de las estrellas; cualquier cosa, por pequeña que sea, hasta lo más mínimo en el cerebro de una mosca, se quiere ahora leer de las estrellas, y lo que se hablará y aconsejará, cómo ése tendrá suerte, el comportamiento y la intención, la voluntad, el azar de la enfermedad se profetizan hoy impíamente desde las estrellas. Todo el mundo ha caído en la locura, hoy se cree a cualquier necio. Mucho calendario de augurios y mucha ciencia adivinatoria sale ahora de la gracia de los impresores; imprimen todo lo que se les trae; lo que escandalosamente se dice y se canta, no recibe castigo alguno. El mundo quiere ser engañado.
Si se cultivara y enseñara ahora la ciencia, y no se la torciera tanto hacia el mal o hacia cualquier otra cosa que dañase el alma, como Moisés sabía, y Daniel, no sería una mala ciencia; sería, sí, digna de alabanza y protección. Pero se me predice que el ganado morirá, o cómo se echarán a perder el grano y el vino, o si nevará o lloverá, cuándo hará buen tiempo o soplará el viento. Los campesinos preguntan por ese escrito porque afecta a su ganancia el tener grano tras sí, y vino, hasta que sean más caros.
Cuando Abraham leyó tal libro y buscó en las estrellas de Caldea, se quedó sin la luz y la esperanza que Dios le había enviado en Canán. Pues es una ligereza hablar de tales cosas como si con ellas se quisiera obligar a Dios a que tengan que ser así, y no de otro modo. Apagado está el amor de Dios y su favor, por eso se busca ahora la ciencia del demonio. Cuando el rey Saúl fue abandonado por Dios, llamó al diablo.

Ilustración: Un necio, que lleva colgada en la cintura una cola de zorro, enseña, con expresión ladina y gesticulando con el brazo, a un alumno, que le escucha atento. La lección es sobre astrología y el vuelo de los pájaros, pues se observan tres de éstos, junto con el sol, la luna y las estrellas.

martes, 19 de febrero de 2008

De las malas mujeres

Muchos cabalgarían con gusto tarde y temprano si pudieran llegar ante las mujeres, pero éstas pocas veces dejan en paz al borrico.

En el prefacio he dado testimonio y hecho la protesta de que en mi obra no deseaba acordarme con malicia de las buenas mujeres; pero se me reprocharía pronto si no dijese nada de las malas. La mujer que oye con placer la sabiduría, no se convierte fácilmente en ignominia. La buena mujer amansa la cólera del hombre. Asuero había realizado un juramento, pero Ester lo ablandó y suavizó. Abigaíl apaciguó prontamente a David. Pero las malas mujeres dan malos consejos, como hizo la madre de Ococías; Herodías mandó a su hija que hiciera decapitar al Bautista; por el consejo de las mujeres se transformó tanto Salomón, que adoró a dioses ajenos. La mujer se convierte pronto en urraca si se siente bien con la garrulería y cotorrea lip-lep por la noche y por el día. Piero engendró muchas jóvenes, cuya lengua estaba tan emponzoñada, que ardía como el carbón. Ésta se queja, ésa chismorrea, aquella miente, la de más allá carda la lana a todo lo que se dispersa y vuela; la otra arma gresca en la cama, su marido pocas veces tiene paz: muy a menudo tiene que oír el sermón cuando muchos monjes descalzos reposan y duermen en sus lechos. Más de uno tira de la soga y sólo pueden llevarse la peor parte. Muchas mujeres son bastante honradas e inteligentes, y sólo son para el marido demasiado listas porque no pueden soportar de él que las enseñe y diga algo. Muchísimas veces cae un hombre en la desgracia sólo por la boca de su mujer, como sucedió a Anfión de Tebas, cuando vio morir a todos sus hijos. Si las mujeres debieran hablar mucho, Calpurnia entraría poco en juego. La mala mujer siempre tiende a la maldad: la mujer que servía a José lo evidencia. Nunca se siente mayor cólera que cuando una mujerzuela se enfurece; se pone rabiosa como una leona a la que se quitan los cachorros, o como una osa que amamanta; Medea lo pone de manifiesto, y Procne. Cuando se llega hasta el fondo de la sabiduría, no se encuentra hierba más amarga sobre la tierra que la mujer, cuyo corazón es una red y un lazo, en los que caen muchos necios.
Por tres cosas tiembla la tierra, la cuarta no la puede resistir: un esclavo se ha convertido en señor, un necio que se ha hartado de comida, quien se casa con una mujer envidiosa, mala y venenosa; la cuarta cosa echa a perder por completo la amistad: la esclava que es heredera de su señora.
Tres cosas no se pueden saciar, la cuarta grita siempre: "¡trae aquí más!": una mujer, el infierno y la tierra, que absorbe todos los aguaceros; el fuego nunca dice "¡basta ya!" ¡Tengo bastante, no traigas más!".
Tres cosas no comprendo, de la cuarta nada sé en absoluto: cómo vuela un águila en el aire; una culebra que se desliza sobre la roca; la nave que surca el mar; un hombre que tiene aún un saber infantil. Igual es el camino de una mujer que se ha preparado para el adulterio: se chupa y limpia la boca muy lindamente, y dice: "¡nada malo he hecho!".
Un tejado con goteras en invierno se parece a una mujer que es rencillosa, el que con una así tira del arado, tiene bastante infierno y demonio en el purgatorio. Vasti ha dejado muchas sucesoras, que poco respetan a sus maridos. Voy a callar por completo sobre la mujer que osa preparar una sopita, como Poncia y Agripina, las Danaides y Clitemnestra, que apuñalaron a su marido en el lecho, como a Fereo le hizo su mujer. Muy rara es una Lucrecia o Porcia de Catón. Mujeres casquivanas se encuentran muchas, pues Tais anda en todos los juegos.

lunes, 18 de febrero de 2008

De los mendigos

Temeroso de que me faltaran necios, escudriñé a los que llevan el bastón de mendigo; poca sabiduría allí encontré.

La mendicidad tiene también muchos necios. Todo el mundo se enriquece ahora con la pordiosería y quiere alimentarse mendigando. Clérigos y órdenes monásticas son muy ricos y se quejan como si fueran pobres. ¡Ay mendigo! ¡Que Dios se apiade de ti! Has sido pensado para la indigencia y has acumulado grandes montones de dinero. Y aún grita el prior: "¡trae aquí más!". El saco ha perdido el fondo. Lo mismo hacen los vendedores ambulantes de reliquias, los peregrinos que se golpean la frente, los que trafican con cosas sagradas, que no se pierden nunca romería alguna en la que no se desgañiten proclamando que lo que llevan en el saco es la paja que estaba enterrada muy profunda bajo el pesebre de Belén; o una pata del burro de Balaam, una pluma del ala de San Miguel, también una brida del caballo de San Jorge o los zapatos de colores de Santa Clara.
Muchos ejercen la mendicidad en los años en que bien podrían trabajar y son jóvenes, fuertes y sanos; sólo que no gustan de doblar bien el espinazo, tienen clavado un hueso de bribón en la espalda. Sus hijos permanentemente tienen que ir a mendigar y aprender bien el vocerío del mendigo; si no, antes les partirán un brazo en dos o les producirán heridas e hinchazones para que pudieran gritar y aullar. Veinticuatro de ellos tienen aún su asiento en Estrasburgo, en el Dummenloch, sin contar a los que se mete en la inclusa. Pero los mendigos raramente ayunan. En Basilea, en el Kohlenberg, hacen muchas granujadas. Su jerga hampesca tienen en el país, y abundante comida por esos lugares. Cada mendigo tiene una chula, que va mintiendo, embaucando, haciéndose la enferma para conseguir dinero al pordiosero, que mira dónde es potable el morapio y corre por todos los bochinches; dónde jugar a los dados es su oficio, hasta que trampea aquí y allí, y pone pies en polvorosa hacia otro lugar; largándose por los campos, afana todo pato y gallina, les da garrote y les corta el gañote; les acompañan falsos tullidos y vagabundos de romerías.
Una insólita propiedad del mundo es con qué codicia se busca hoy el dinero. Heraldos, trovadores y farautes sin blasón censuraban en otros tiempos el escándalo público y conseguían así mucha honra; ahora cualquier necio quiere hablar y llevar bastoncillo decorado y liso, para quedar saciado con la mendicidad. A uno le molestaría que estuvieran enteros sus vestidos. Los mendigos timan a todos los países. Pero tienen que tener un cáliz de plata, pues todos los días entran en él siete jarras. Éste anda con muletas cuando se le ve, y, cuando está solo, no las necesita. Ése puede caer como un epiléptico ante la gente, para que todos puedan prestarle atención. Aquél toma prestados a otros sus hijos, para tener un buen montón de dinero; carga un burro con alforjas como si quisiera ir a Santiago. Uno anda cojeando, otro cual jorobado, un tercero ata una pierna a una muleta o un hueso de muerto en los pliegues del faldón; si se le mirara bien la herida, se vería cómo estaba atado. Sobre la mendicidad voy a permitirme detenerme aún algún tiempo, pues, por desgracia, los mendigos son legión y siguen aumentando cada vez más, pues el mendigar a nadie hace sufrir, sólo al que por necesidad tiene que hacerlo. Fuera de esto, excelente cosa es seguir siendo mendigo, pues del mendigar nadie se convierte en polvo: muchos se consiguen así el pan blanco; no beben el vino corriente, ha de ser de Rivoglio o de Alsacia. En el mendigar confían muchos que juegan, fornican y se comportan lujuriosamente; pues, aunque hayan derrochado sus bienes, no se les niega el mendigar: les está permitido el bastón de mendigo. Muchos que tienen más dinero que tú y yo se alimentan de la mendicidad.

Ilustración: Un mendigo con una pierna entablillada y la capucha de necio bien calada, camina con un bastón al lado de un asno, que en sus albardas lleva a niños pequeños. Una mujer bien vestida se ha quedado atrás para echar un trago de vino. En el horizonte s advierte una ciudad al pie de un lago.

domingo, 17 de febrero de 2008

De las serenatas nocturnas

Quien tiene muchas ganas de dar serenatas por la ncohe en la calle delante de la puerta, gusta también de congelarse pasando la noche en vela.

Ahora el baile de los necios estaría casi concluido, pero la representación no sería completa si no figuraran aquí también los lechuguinos, los pisacalles y los bragueteros que por la noche no pueden tener reposo si no andan por la calle tocando el laúd delante de la puerta, a ver si quiere mirar la rapazuela. Y no se van de la calle hasta que se les echa encima lo de un orinal o se les lanza una pedrada. Es pequeña, en verdad, la alegría: congelarse así en las noches de invierno, cuando cortejan a la necia con música de cuerda, pífanos, cánticos, y en el mercado de madera saltan sobre los troncos. Hacen esto estudiantes, clérigos y legos, que tocan para la fila de los necios; cada cual chilla, grita de alegría, ruge, bala, como si fuera asesinado justamente en ese momento. Cada necio dice al otro dónde tiene que esperar la llamada, allí hay que organizarle la serenata. Tan en secreto lleva sus cosas, que todos tienen que hablar de ello; los pescadores tienen que propalarlo a los cuatro vientos. Más de uno deja en a cama a su mujer, que preferiría tener diversión con él, y baila a cambio en la cuerda de los necios. Si eso ha de acabar bien, se precisa una buena estrella. Callo sobre aquellos a quienes divierte andar por ahí en vestido de necio; si se les llamase mentecatos, muchos se sorprenderían de la denominación.

Ilustración: Tres músicos y dos cantantes ofrecen una serenata nocturna a una joven, que se asoma desnuda por la ventana y les tira el contenido del orinal. El cantante más bajo, en primera fila, tiene la boca abierta.

sábado, 16 de febrero de 2008

Del baile

Lo mejor del baile es que no siempre se va hacia delante, sino que se puede dar la vuelta al tiempo.

Casi tomaría por enteramente necios a aquellos que en el baile tienen alegría y contento y corren alrededor, como si estuvieran chiflados, para cansarse los pies en el polvo. Pero, cuando pienso cómo el baile nació con el pecado, puedo notar y observo que el demonio lo creó cuando ideó el becerro de oro e hizo que Dios fuese totalmente despreciado; aún consigue así mucho. Del baile nace mucha desgracia: hay en él ostentación y voluptuosidad, y preludio de la impureza; se toma a Venus de la mano, toda honestidad encuentra su final. Por ello no conozco en todo el reino terrenal broma alguna que se asemeje tanto a lo serio como que el baile fue ideado en la consagración de una iglesia, y llevado también a cantar misa: ahí bailan clérigos, monjes y legos, el hábito tiene que hincharse por detrás; ahí se corre, se le da la vuelta a una para que se le vean arriba las piernas desnudas; y quiero callar otras vergüenzas. El baile sabe mejor que comer higos. Si Kunz puede bailar con Metzen, no pasa hambre un día entero; se ponen de acuerdo en el precio, en cómo poder malcambiar un cabrón por una cabra. Si eso ha de llamarse diversión, abundante necedad he conocido. Muchos esperan largo tiempo por el baile, aunque el baile no los llena por completo.

Ilustración: Gran caterva de necios y necias rodean el becerro de oro, situado encima de una columna. A la izquierda, un necio levanta a una necia, con lo que se descubren las piernas de ella.

viernes, 15 de febrero de 2008

Del gustarse a sí mismo

El puré de los necios nunca olvidé, pues me gustaba el espejo. Juan Orejas de Burro era mi hermano.

Remueve bien el puré de los necios el que piensa que es sabio y sólo se gusta mucho a sí mismo. Mira siempre como loco en el espejo y no puede apreciar que ve a un necio en el cristal. Pero, aunque tuviera que hacer un juramento, y lo dijeran los sabios y cortesanos, pensaría que estaba solo, que no se encuentra en la tierra a nadie como él, y juraría también que no tiene absolutamente ningún defecto; su hacer y dejar de hacer le gusta en todo momento. No aparta de sí el espejo, esté sentado o tumbado, cabalgue o ande a pie, dondequiera que esté. Igual que hacía el emperador Otón, que tenía un espejo en el combate y se afeitaba todos los días dos veces las mejillas y las lavaba después con leche de burra. Ésta es una ocupación muy del gusto de las mujeres; sin espejo nada hace ninguna; antes de que se coloquen bien el pañuelo y se acicalen, pasa bien un año. Aquel al que tanto le gustan el modo de obrar, la apariencia y la actuación, es el mono de Heidelberg. A Pigmalión le gustaba su propia imagen; por ello era completamente salvaje en su locura. Si Narciso no se hubiera reflejado en el agua, habría vivido aún mucho tiempo. Muchos miran siempre al espejo, pero no ven en él nada hermoso. Quien es tan necia oveja que tampoco soporta que se le reconvenga, permanece en su propia esencia y no quiere ser sabio a la fuerza.

Ilustración: Un viejo necio de mal aspecto se mira complacido al espejo mientras mueve la comida de una olla. Junto al fogón y los utensilios de cocina aparece una pequeña oveja.

jueves, 14 de febrero de 2008

De la ingratitud

Quien anhela que le sirva todos los días, pero niega el agradecimiento y la gratitud, merece recibir un palmetazo.

Un necio es quien mucho anhela y no se comporta honorablemente, y causa muchas preocupaciones y fatigas a aquel al que poco quiere agradecer. Quien quiera obtener beneficio de una cosa, piense convenientemente en su espíritu que ha de contar con los costos, si es que desea vencer con honor. Muy raramente queda en su estado un caballo cansado al que se le sigue montando; un caballo dócil se torna testarudo cuando se le retiene la comida. Quien osa exigir muchas cosas al otro, sin recompensarlo, es, ciertamente, un necio. Quien no puede dar por bueno lo que se le hace por una recompensa adecuada, no debe quejarse cuando se le rechace un trabajo; hay que darle un palmetazo. Todo el que quiera disfrutar de algo, mire también de recompensarlo. La ingratitud recibe mal premio, deja la fuente sin agua. La cisterna vieja no da agua si no se vierte agua en ella. El quicio de la puerta muy pronto chirría, si no se le unta de aceite. No es digno de grandes obsequios quien no se acuerda de los pequeños; con justicia le son negadas todas las dádivas a quien no da las gracias por las pequeñas; se llama, en verdad, Sinrazón y Grosería. Todos los sabios han odiado siempre al que han conocido como ingrato.

Ilustración: Un necio está detrás de un sabio para pedirle algo, y un hombre está a punto de darle un palmetazo.

martes, 12 de febrero de 2008

Olvidarse de sí mismo

Quien quiere apagar el fuego de otro y deja arder el granaro propio, maestro es de la lira de los necios.

Quien tiene gran fatiga y desazón viendo cómo fomentar cosas ajenas y causar el beneficio de otro, es más mono que ese otro, si no mira de ser aplicado y despierto con las cosas propias. El librillo de los necios lee merecidamente el que es sabio y se olvida de sí mismo. Pues, el que quiere tener amor verdadero, debe empezar por sí mismo. Como también advierte Terencio: "Yo soy el pariente más próximo de mí". Cada cual mire por su suerte antes de preocuparse por cómo baila el otro. Se echará a perder antes de tiempo el que siembre para sí y coseche para otro; y quien limpie con diligencia el vestido de otro y ensucie el suyo propio. Quien quiere apagar la casa de otro cuando las llamas salen por arriba, y arde con toda su fuerza la suya, poco atiende a su provecho. El que quiera empujar la carrera de otro y ponerse a sí mismo obstáculos, es ciertamente un necio. Quien se cargue con cosas ajenas y no se atienda a sí mismo, recibirá su daño. El que se deja convencer por aquello de lo que le vendrá escarnio y daño, a la larga no se puede defender: el necio le atrapará por los faldones; que la sabiduría le haga aprender con el perjuicio. A quien con mayor crueldad oprime su muerte es a aquel a quien todos conocen, y muere y acaba su vida sin haberse conocido él mismo.

Ilustración: Un necio intenta apagar una casa ajena con un cubo de madera. Otro necio le tira la ropa para llamarle la atención de que su propia casa está en llamas.

lunes, 11 de febrero de 2008

Providencia de Dios

Sobre un cangrejo irá el plan del que quiere tener el salario sin trabajar y desea sostenerse sobre una débil caña.

Se encuentra más de un necio también que trata de embellecer su necedad con las Escrituras y que se cree distinguido e ilustrado, cuando ha puesto los libros al revés y ha engullido el Salterio justamente hasta el verso "Beatus vir", pensando que, si Dios le ha deparado algún bien, nunca le será retirado. Si ha de ir al infierno, quiere ser un buen compañero de copeo y vivir con los demás; mas le pasa lo que le tiene que pasar.
Necio, déjate de ese desvarío (pues de lo contrario pronto estarás metido en el puré de los necios), de que Dios dé salario sin trabajo. Fíjate de ellos y no ases, y espera a que te caiga del cielo un pichón asado. Pues, si sucediera tan sencillamente, cada siervo recibiría su salario, trabajase o no, lo cual, sin embargo, no es costumbre sobre la tierra. ¿Por qué, pues, habría de conceder Dios un premio eterno a uno que quería haraganear, otorgar su Reino y tan grande soldada a un siervo que sólo quería dormir? Yo digo que nadie vive en la tierra a quien Dios dé algo sin piedad o a quien esté obligado a servir, pues Él nada nos adeuda. El señor libre regala a quien le place, y da poco o mucho según le venga en gana; ¿a quién le importa? Él sabe por qué lo ha hecho. El alfarero hace de la masa de barro una vasija noble y otras muy despreciadas, como potes, escudillas, cántaros, para que se meta en ellas lo malo y lo bueno. El pote no le dice: "debería ser un cántaro, una escudilla". Dios sabe, sólo a Él compete, por qué ha ordenado todas las cosas, por qué prefirió a Jacob y no valoro a Esaú tanto como a él; por qué castigó a Nabucodonosor, que había pecado muchos años, y, sin embargo, le permitió llegar al arrepentimiento y lo aceptó en su reino, después de expiar sus culpas; y castigó con severas plagas al Faraón, que con ello se hizo todavía peor. Una medicina cura a uno y pone a otro más enfermo. Pues el uno, después de sentir el castigo de Dios y su poderosa mano, pensó en sus pecados con muchos gemidos; el otro siguió su libre albedrío y, advirtiendo la Justicia de Dios, abusó de su Misericordia. Dios no ha abandonado a nadie, Él sabe por qué lo ha hecho. Si hubiera querido considerar todo igual, no habría creado más que rosas; pero quería tener también cardos, para que se viese su justicia. Había un criado envidioso y alegre del mal ajeno, que pensaba que su señor cometía con él injusticia, al darle el salario convenido y conceder a otro lo que quería; al que había trabajado poco, le dio, no obstante, un salario igual. Se encuentran muchísimos hombres justos que sufren aquí en la tierra malos tiempos, y Dios les deja sufrir el destino, como si hubieran cometido muchos pecados. Por el contrario, se encuentran muchos necios que para todo tienen mucha fortuna y son tan libres en sus pecados como si su obra fuera sacrosanta.
Secretos son los veredictos de Dios, sus causas nadie las sabe por completo; cuanto más se tratan de indagar, menos se sabe de ellas. Si alguien cree que ya las conoce, sigue ignorándolas. Pues todas las cosas se nos reservan hasta el futuro, incierto viaje al más allá. Por eso, deja estar como están la Providencia de Dios y el orden de la Previsión. ¡Obra rectamente y con bondad! ¡Dios es misericordioso y está lleno de Gracia! Hazle saber todo lo que Él ya sabe. ¡Obra rectamente! Te prometo la recompensa. ¡Persevera! Te doy mi alma en prenda: no irás al infierno.

Ilustración: Un necio cabalga sobre un gran cangrejo y abre la boca para que le entre en ella una paloma. La caña que le servía de bastón ha quebrado y le ha atravesado la mano.

domingo, 10 de febrero de 2008

Del final del poder

Nunca tan gran poder llegó a la tierra que no encontrara a tiempo su final, cuando le llegó su plazo y su hora.

Aún se encuentran innumerables necios que confían en su poder, como si fuera a mantenerse eternamente en pie, cuando lo que hace es derretirse como la nieve. Julio, el Emperador, era suficientemente rico, poderoso y avisado en sus sentidos antes de que tomara por la fuerza y gobernara el Imperio Romano. Cuando tomó el cetro, se le acumularon la preocupación y el miedo, y ya no era tan juicioso en el consejo: por ello murió apuñalado. Darío tenía un país grande y poderoso, y habría permanecido allí sin escarnio y conservado bienes y honra, pero, al querer buscar más y tener lo que no era suyo, perdió, con lo ajeno, también lo propio. Jerjes llevó a Grecia tanta gente de su pueblo como la arena del mar, el mar la cubrió de barcos, quería tener atemorizado al mundo entero. Pero ¿qué beneficio sacó de ello? Atacó a Atenas cruelmente, como el león ataca al pollo, y, sin embargo, huyó como las liebres. El rey Nabucodonosor, al sonreirle la fortuna más que antes y vencer a Arfaxad, quiso poseer todos los países y se propuso conseguir un poder divino; pero fue convertido en animal. De más podría contaros fácilmente, en el Antiguo y Nuevo Testamento, pero me parece que no es necesario. Muy pocos murieron en paz o perecieron en su cama, sin que se les asesinara. Por ello, tenedlo presente todos vosotros, poderosos: estáis sentados, en verdad, en la rueda de la fortuna. Sed sabios y pensad en el final, que Dios no os dé vuelta a la rueda. Temed al Señor y servidle. Si cae sobre vosotros su cólera y su ira, que pronto se encenderán sobremanera, no permanecerá ya vuestro poder y os desvaneceréis con él. La rueda de Ixión nunca se para, pues gira por pequeños vientos. ¡Feliz el que sólo en Dios confía! Cae y no queda a lo alto la piedra que, con tribulación y tormento, hace rodar Sísifo, el necio, hacia la cima del monte. La dicha y el poder no duran muchos años, pues, según el proverbio y el dicho de los antiguos, la desgracia y el cabello crecen todos los días. El poder injusto declina completamente, como muestran Jezabel y Acab. Aunque un señor no tenga ningún enemigo, debe cuidarse de su servidumbre y, a veces, de sus amigos más íntimos: lo matarán por su poder. Zimri persiguió el reino de su señor y cometió con éste un crimen, y fue señor por siete días. Alejandro sojuzgó el mundo entero: un sirviente lo mató con un bebedizo. Darío huyó y estaba libre de peligro: Besso, su siervo, lo asesinó. Así se acaba el poder: Ciro bebió su propia sangre. Ningún poder sobre la tierra llegó nunca tan alto que no encontrara con aflicciones su final. Nunca nadie tuvo tan poderosos amigos que le pudieran prometer un día y que estaría seguro un instante de que tendría poder y fortuna. Lo que el mundo tiene en más alto aprecio, a la postre se acabará. El que se vanagloria de mantenerse arriba, mire que no caiga en la arena, que no reciba daño, escarnio y deshonra.
Gran necedad hay cuando grande es el poder, pues raramente se le mantiene mucho tiempo. Y, si examino todos los imperios hasta hoy, Asiria, medos, persas, Macedonia y Grecia; Cartago y el Estado de los romanos, todo ello ha tenido su final: el Imperio Romano permanecerá mientras Dios quiera; Dios le ha fijado su tiempo y medida; que Él nos conceda que se engrandezca aún tanto, que toda la tierra le esté sometida, como es de justicia y de ley.

Ilustración: De una rueda de la fortuna, que mueve la mano de Dios, cuelgan tres asnos necios con elementos humanos. En el suelo hay una tumba abierta. Uno se esfuerza en subir, otro se alegra de estar arriba y el tercero trata de no caer.

sábado, 9 de febrero de 2008

De la necia medicina

Quien ejerce la medicina y no sabe curar ningún mal, es un buen mentecato.

A casa va con otros necios el que a un moribundo mira la orina y dice: "espera hasta que te haga saber lo que encuentro en mis libros". Mientras va a casa a por los libros, el enfermero viaja a la morada de los muertos.
Muchos se arrogan el arte de la medicina, y ninguno sabe nada más que lo que enseña el librillo de plantas o lo que oye de las viejas. Tienen una ciencia que es tan buena, que cura todos los males y no necesita ya hacer distingos entre joven, viejo, niño, mujer u hombre, o húmedo, seco, caliente y frío. Una hierba tiene tal fuerza y poder, igual que el ungüento en el alabastro; de ella hacen los barberos todos sus emplastos, con ella curan todas las heridas, ya sean úlceras, picaduras, fracturas o cortaduras: dómine Cuculus no los abandona. Quien quiera curar con un ungüento todos los ojos lagrimosos, rojos ciegos y purgar sin orinal, es un médico como lo fue Zuohsta. A él se asemeja mucho el abogado que no sabe dar consejo en asunto ninguno. Un confesor se parece mucho también a aquel que no se sabe informar de cuál es el remedio para cada enfermedad y clase de pecado; sí, un juicio ronda la olla.
Por los necios es corrompido más de uno, que se echa a perder antes de notarlo.

Ilustración: Un moribundo yace casi esquelético en el lecho con una vela en la mano. Junto a él están tres personajes que le miran llenos de preocupación. En primer plano, un médico necio se dirige al enfermo, observando un recipiente para la orina que tiene levantado en su mano.

viernes, 8 de febrero de 2008

De no soportar la reprensión

Aquel al que la gaita da alegría y solaz y no presta ninguna atención al harpa y al laúd, tiene su sitio ciertamente en el trineo de los necios.

Un signo cierto de la necedad es que el necio nunca soporta ni puede aguantar con paciencia que se hable de cosas sabias. El sabio oye con gusto de la sabiduría; con ello se aumenta su propia sabiduría. La gaita es el juguete del necio, al harpa no le presta mucha atención. Ningún bien en el mundo place más al necio que la clava y la gaita; difícilmente se deja reprender el loco. El número de los necios ha aumentado sin fin.
¡Oh necio! ¡Recuerda en todo momento que eres un ser humano y mortal, y nada más que barro, ceniza, tierra y estiércol! ¡Y, entre todas las criaturas que tienen juicio en la naturaleza, la más insignificante eres tú, y un desecho, una hez, un saco de gusanos! ¿A qué te enorgulleces de tu poder, de tu nobleza, riqueza, juventud, donosura, si todo lo que está bajo el sol es vano cuando le falta la sabiduría ¿Mejor que te reprenda un sabio a que te sonría una oveja necia, pues, como cruje un cardo al caer, así es también el necio cuando ríe.
Feliz el hombre que siempre tiene en sí un temor dondequiera que va. El corazón del sabio tiene en cuenta la tristeza; el necio sólo piensa en la gaita. Cántese y háblese, suplíquese y ruéguese; de sus once ojos no se apartará. Nada dará por ninguna reprensión y enseñanza.

Ilustración: Un necio pobremente vestido y sin zapatos toca la gaita pensativo ante una puerta. En el suelo yacen un laúd y un harpa; entre ellos, dos cascabeles.

jueves, 7 de febrero de 2008

De la envidia y el odio

Envidia y odio andan por doquier, se encuentra gran envidia en todo estamento, Neidhart aún no está muerto.

Enemistad y envidia producen muchos necios, de los que quiero hablar aquí. Mas la envidia nace sólo de que tú codicias lo que yo tengo y tendrías gustoso lo mío, o, si no, no puedes tenerme afecto. La envidia es una herida mortal que nunca realmente vuelve a sanar, y tiene en sí la propiedad de que, cuando se propone algo, no descansa noche y día hasta que ha ejecutado su plan. Ningún sueño ni alegría le son tan caros como para hacerle olvidar el sufrimiento de su corazón. Por ello tiene una boca pálida; es seca, enjuta como un perro; sus ojos son rojos y no miran a nadie con los ojos enteros. Esto era claro en Saúl con David y en José con sus hermanos. La envidia no ríe sino cuando se hunde el barco que ella misma ha hecho naufragar; y, cuando la envidia muerde y roe mucho tiempo, se devora a sí misma, no de otro modo a como se degulle el Etna. Por ello se convirtió Aglauro en una piedra. El veneno que tienen en sí la envidia y el odio se aprecia mejor entre los hermanos; Caín, Esaú, Tieste, los hijos de Jacob, y Etéocles llevaban gran envidia en su interior, como si no hubieran sido hermanos, pues la sangre se incendia de tal forma, que arde mucho más que la de fuera.

Ilustración: Tres necios luchan con una espada y dos alabardas contra un enjambre de avispas, que está en un tonel sobre un pequeño carro. Por el canillero sale burlona la cabeza de Nedhart (referencia al libro popular Neithart el zorro). El monte en llamas es seguramente el Etna (aquí, envidia que consume).

martes, 5 de febrero de 2008

Casarse por dinero

Quien por ninguna otra causa que el dinero echa mano del matrimonio, obtiene mucha disputa, desgracia, riña y aflicción.

Quien se mete en el burro por la manteca, vacío está de juicio y sabiduría. Si toma en matrimonio a una mujer vieja, un buen día y ninguno más. Poca alegría obtendrá de ello, ningún fruto puede salirle de ahí y tampoco tendrá nunca un buen día, menos cuando ve el saco de los peniques, que a menudo le pasa también por los oídos; por él se ha convertido en un necio. De ello resulta asimismo con gran frecuencia muy poca felicidad, cuando sólo se mira el dinero y no se presta atención a la honra y a la rectitud. Cuando uno se ha casado mal, no queda alegría ni amistad. Más fácil sería estar en el desierto que tener que vivir mucho tiempo con una mujer iracunda y mala, pues pronto dejará enjuto el cuerpo del marido. En verdad no hay que confiar en el que da su juventud por dinero. Como le huele bien el aroma de la manteca, se atrevería también a desollar el burro; y, cuando ha pasado mucho tiempo, no encuentra más que estiércol y excremento. Muchos persiguen a la hija de Acab y caen en su pecado y venganza. El diablo Asmodeo tiene hoy mucho poder en el estamento matrimonial. ya se encuentran a muy pocos Boz que deseen a Rut para el matrimonio; por ello no se oyen más que gritos y lamentos, y criminor te, arañor a te (Te acuso de adulterio, dice la mujer; soy arañado por ti, responde el marido).

Ilustración: Un joven necio, vestido a la moda (medio desvestido), levanta con una mano el rabo de un burro y recibe con la otra, de una vieja muy fea, un saco de monedas.

lunes, 4 de febrero de 2008

Guardar el secreto

A quien no puede guardar el secreto, y a otro dice su plan le vienen arrepentimiento, daño y pesar.

Un necio es quien dice a su mujer o a otros su secreto. Por ello perdió el hombre más fuerte, Sansón, los ojos y el cabello. Traicionado fue así también el adivino Anfiarao, pues las mujeres son, como dice la Escritura, malas custodiadoras de secretos. De quien no puede guardar los secretos, de quien anda con engaños y abre sus labios como un zote, cuídese todo sabio.
Muchos se jactan de grandes cosas, de dónde velan el amor por la noche; si se llegara bien al fundamento de sus palabras, se les encontraría a menudo en un montón de estiércol. De ello resulta también muchas veces que se nota que es un necio. Pues lo que quieres que yo no diga, si lo callas, también tengo que callarlo yo. Si no puedes mantener el secreto que secretamente has confiado, ¿qué secreto exiges de mí que no puedes mantener en ti? Si Acab nop hubiera dicho su secreto a su mujer Jezabel y hubiere callado esas palabras, no se hubiera producido un crimen.
Quien lleve algo secreto en el corazón, cuídese de no decírselo a nadie: así estará seguro de que nadie se enterará de ello y lo propalará. Dijo el Profeta: quiero tener yo solo mi secreto, no compartirlo con todos.

Ilustración: En un jardín, Dalila, con cara decidida, corta los cabellos al necio Sansón, que duerme, con gesto adusto, en su regazo.

domingo, 3 de febrero de 2008

De la vida placentera

La vida placentera ha hecho caer a bastantes por ser simples, a otros los tiene sujetos por el ala, muchos son los que en ella han elegido su final.

El placer terrenal se asemeja a una mujer ligera, que está sentada a la vista de todos en la calle y se desgañita para que alguien entre en su casa y le haga compañía, pues por poco dinero está en venta, pidiendo que se ejercite con ella en la vida placentera y en el falso amor: así van los necios a su regazo como el buey va al desollador, o un inocente y retozón corderillo, que no comprende que ha caído en la cuerda y en la soga hasta que la flecha la atraviesa el corazón.
Piensa, necio, que está en juego tu alma y que caerás al fondo del infierno si intimas con ella. Quien huye de la vida placentera, allí se hace rico. No busques placer y dicha terrenales como Sardanápalo, el pagano, quien pensaba que se debe vivir bien aquí, con vida regalada, alegría y francachela, que no hay vida placentera tras la muerte. Era el consejo de un verdadero necio buscar una dicha tan perecedera, pero acertó el vaticinio sobre sí mismo. Quien persigue en demasía la vida placentera, compra una pequeña alegría con dolor y daño. Ningún placer temporal se vuelve tan dulce, que al final no destile hiel. Todo el placer terrenal termina a la postre con amargura, aunque el maestro Epicuro coloca el bien más alto en la vida regalada.

Ilustración: La Vida placentera, con capucha de necia, sujeta con sendas cuerdas un pájaro, una oveja y un buey.

sábado, 2 de febrero de 2008

Mal ejemplo de los padres

Los niños se vuelven iguales a los padres cuando no se avergüenzan éstos de romper los cántaros y las ollas delante de aquellos.

Quien ante mujeres y niños quiere hablar mucho del amor carnal o del libertinaje, espere que les suceda lo mismo que él ha osado hacer delante de ellos.
Ya no hay educación ni honra sobre la tierra. Niños y mujeres aprenden las palabras y los modales: las mujeres, de la mano del marido; los hijos toman la deshonra de los padres; y, si el abad pone los dados, los monjes están preparados para jugar.
El mundo está ahora lleno de malas enseñanzas, no se encuentran, por desgracia, educación ni honra algunas: los padres tienen la culpa, la mujer aprende de su marido, el hijo sigue a su padre y la hija es igual que su madre. Por tanto, no se apresure nadie a maravillarse de que sean tantos los necios que hay en el mundo. El cangrejo anda igual que su padre; ningún lobo hace de corderillo; Bruto y Catón están los dos muertos, por eso se multiplica la banda de Catilina. Los padres sabios, honrados y virtuosos engendran hijos iguales a ellos. Diógenes vio a un joven que estaba ebrio, y le dijo: "¡Hijo mío, éste es el modo de vida de tu padre! ¡Un borracho te ha engendrado!" Es necesario que se mire con la mayor precisión lo que se habla y se hace delante de los hijos, pues la costumbre es otra naturaleza, y hace que los niños adquieran muchos defectos. Viva cada cual debidamente en su casa, para que no se produzca ningún escándalo.

Ilustración: Padre, madre e hijo tienen en la mano sendos jarrones, en parte ya rotos en el caso de los padres, y con la intención también de romperlo en el caso del hijo. El padre parece enfadado por haber perdido en el juego que lleva en la mano; la madre sonríe desafiante; el hijo señala hacia el padre y mira a la madre, aprendiendo de ambos.