domingo, 20 de enero de 2008

De los enfermos que no obedecen

Quien está enfermo y se halla en peligro, y no sigue el consejo del médico, tenga el daño merecido.

Un necio es quien no entiende lo que el médico le aconseja en casos de gravedad y cómo debe llevar correctamente la dieta que le ha puesto, y toma por vino el agua, u otra cosa que no le conviene, y procura disfrutar su placer, hasta que le lleva a la tumba. Quien quiera librarse pronto de la enfermedad, debe resistir al principio, pues la medicina tiene que actuar mucho tiempo cuando la enfermedad llega a prevalecer en exceso. Quien quiera sanar pronto, muestre al médico bien la herida y soporte que se la abra o se le punce con una sonda, o se le suture, lave y vende (aunque se le desolle la piel), para que sólo quede la vida y no se expulse de él el alma. Por ello, un buen médico no huye aunque el enfermo esté con un pie en la sepultura. El enfermo debe sufrir lo que sea de razón, en la esperanza de que sanará pronto. Quien al médico miente en la enfermedad, al cura engaña en la confesión y a su abogado dice mentira cuando quiere que le asesore, sólo se engaña a sí mismo.
Un necio es quien busca un médico, sus palabras y enseñanzas no le gustan,y sigue el consejo de las viejas y se deja bendecir para la muerte con signos mágicos y con raíces de necios; por ello se precipita al infiermo. Hay ahora mucha superstición, con la que se quiere buscar la salud. Si recopilara yo todo esto, sacaría, sin duda, un grueso libro de herejes. Quien está enfermo desearía estar sano, y no mira de dónde le viene la ayuda: al demonio le implorarían muchos para librarse de la enfermedad, si esperaran de él ayuda y no tuvieran que temer más graves consecuencias. En su necedad, totalmente impío es aquel que busca la salud contra Dios y, sin verdadera sabiduría, ansía ser inteligente e ilustrado; no está sano, sino completamente enfermo; no es inteligente, sino despreciable en su necedad; persevera en su constante enfermedad, enloquecido totalmente en su desatino y su ceguera.
La enfermedad surge a menudo de los pecados; el pecado trae muchas graves dolencias. Por ello, quien quiera salvarse de la enfermedad, debe temer a Dios delante de los ojos, tratar de acercarse a la confesión antes de recibir la medicina, y de que sane el alma antes de que llegue el médico del cuerpo. Pero ahora dicen muchos cucos: "¡lo que mantiene el cuerpo, mantendrá también el alma!". Al final, sin embargo, se mantendrá de tal forma, que no quedarán ni cuerpo ni alma, y tendremos enfermedad eterna si queremos evitar aquí la temporal. Muchos están ahora putrefactos y muertos desde hace tiempo. Si hubieran buscado a Dios, alcanzando su Gracia, ayuda y favor, antes de buscar la ciencia de los médicos y querer vivir sin su Gracia... pero murieron con perjuicio del alma. Si el Macabeo hubiera confiado sólo en Dios, y no en Roma, como había hecho en un principio, habría vivido aún muchos años. Ezequías habría fallecido, estaría muerto, si no se hubiera tornado a Dios y conseguido así lo que Dios quería: que viviera más tiempo. Si Manasés no se hubiera convertido, Dios nunca le habría oído. El Señor dijo al paralítico que había estado enfermo muchos años: "¡vete, no peques más, no seas un necio, no vaya a ser que te ocurra algo peor!". Algunos, en su enfermedad, prometieron mucho cómo iban a enmendar sus vidas. De ellos se dice: "cuando el enfermo sanó, se hizo se hizo peor de lo que era". Y creen que con esto pueden engañar a Dios: ¿pronto les sobrevendrán mayores desgracias!

Ilustración: Un enfermo necio da con el pie a una mesa, de la que caen vasijas medicinales. Un médico le toma el pulso y una mujer observa saria la escena.