martes, 15 de enero de 2008

Del adulterio

Quien puede ver a través de los dedos y deja su mujer a otro hombre... entonces mira la gata dulce y sonriente a lo ratones.

El adulterio se considera cosa nimia, como lanzar una piedrecilla. El adulterio menosprecia ahora totalmente la ley que hiciera el emperador Julio. No se teme hoy ni pena ni castigo; esto se debe a que los que están en el matrimonio rompen igual cántaros y ollas, y "si tú me arañas, yo te araño", y "si tú me callas, yo te callo". Se puede poner los dedos delante de los ojos para ver a través de ellos, y estar vigilante aparentando roncar. Se puede sufrir ahora la deshonra de la mujer y no sigue castigo ni venganza. Los hombres tienen un estómago fuerte en el país, pueden digerir mucho escarnio y hacer como una vez hizo Catón, que prestó su mujer a Hortensio. Pocos son aquellos a quienes ahora por el adulterio llegan al alma tal pena, tribulación y dolor como a los Atridas, que dieron su merecido castigo cuando se deshonró a sus mujeres, o como hizo Colatino cuando se enfrentó a Lucrecia. Por ello el adulterio es ahora moneda tan común; Clodio deja sus excrementos en todos los caminos y calles. Quien ahora diera buenos latigazos a los que se jactan de su adulterio, como se dio a Salustio de estipendio... muchos estarían llenos de cardenales. Si siguiera a cada adulterio un castigo como el que sucedió a Albimelec y a los hijos de Benjamín, o resultara un beneficio como el que acaeció a David con Betsabé, muchos no tendrían ganas de romper el matrimonio.
Quien puede soportar que su mujer esté cometiendo adulterio y vive con ella, sabiéndolo con certeza y viéndolo, no es ningún sabio, según mi criterio. Él le da más motivo para caer en la deshonra. Además todos los vecinos murmuran que tiene en ella parte propia y compartida, que le trae también a casa el botín y le dice: "Juan, querido esposo mío, a nadie puedo querer más que a ti." La gata persigue con gusto a los ratones cuando ya los ha mordido antes. La que ha probado a otros muchos hombres se torna tan infame y desenfrenada, que no atiende ya al pudor ni a la honra. Sólo busca su placer. Procure cada cual vivir sin dar a su mujer motivo para ello; manténgala amiga, enamorada y hermosa, y no tema cualquier sonido de campanas, ni regañe con ella noche y día, pero mire lo que toca la campana. Después, de buena fe, no aconsejo a nadie que lleve muchos huéspedes a casa. Ante todo, mire con especial cuidado aquel que tenga una mujer hermosa, bella y distinguida, pues no es bueno fiarse de nadie: el mundo entero está lleno de falsedad y de infidelidad. Menelao habría conservado a su mujer si hubiera dejado a Paris fuera de su casa. Si Agamenón no hubiera dejado en su casa a Egisto ni le hubira confiado la corte, los bienes y la esposa, no habría perdido su vida, como Candaules, el gran necio, que mostró su mujer desnuda a otro. Quien no quiere tener él solo su placer, recibe su merecido cuando ese placer se vuelve compartido. Por ello, debe considerarse lo mejor que los esposos no gusten de tener huéspedes, sobre todo los que no son de fiar. El mundo está lleno de engaño y perfidia. Quien tiene sospechas, cree al momento que se le hace lo que no le gusta, como sucedió a Jacob con la túnica, que vio empapada de sangre; Asuero creyó que Amán pensaba deshonrar a Ester, pero en realidad Aman estaba llorando; Abraham temió una vez por su mujer, antes de llegar a Guerar. Mejor cicatero en casa que incubar huevos ajenos. Quien quiere volar mucho al bosque, se convierte pronto en una curruca. Quien se pone carbón ardiendo en el regazo y lleva culebras en su pecho, y en el bolsillo guarda un ratón... tales huéspedes poco beneficio producen en casa.
Ilustración: Un necio sentado a la mesa, mira complacido entre los dedos, mientras que una mujer (probablemente la suya), con expresión alegre, le mete una paja en la boca (es decir, le adula). Mientras tanto, un gato lleva en la boca un ratón y persigue a otros tres.