domingo, 27 de enero de 2008

Ruido en la iglesia

Quien lleva a la iglesia un pájaro y perro, e impide a otra gente rezar, acaricia y unta grasa al cuco.

No es necesario preguntar quiénes son aquellos junto a los que los perros ladran cuando se dice misa, se predica o se canta, o junto a quienes aletea el halcón y hace sonar tan fuerte sus cascabeles, que no se puede ni rezar ni cantar. Así pues, hay que cubrir los arrendajos con el capirote: ¡es un matraqueo y un parloteo! ¡Se tiene que criticar todo y hacer clic clac con los zapatos de madera, y cualquier otro tipo de desafuero! Después se mira dónde está la señora Crimilda, por si quisiera mirar boquiabierta a su alrededor y hacer del cuco un mono. Si cada cual dejara su perro en casa, para que algún ladrón no le robara nada de ella mientras él ha ido a la iglesia; si dejara el cuco en la percha y llevase los zapatos de madera en la calle, donde podría cojer un penique de mierda y no aturdiría a todo el mundo los oídos, entonces no se conocería nunca a un necio. Pero la naturaleza se muestra a cualquiera: la necedad no quiere ocultarse. Cristo nos dio el ejemplo: expulsó del templo a los cambistas y a los que vendían palomas, los expulsó, encolerizado, a latigazos. Si expulsara ahora a los pecadores, pocos quedarían en la iglesia. Empezaría muy a menudo por el párroco y llegaría hasta el sacristán. Propia de la casa de Dios es la santidad, pues en ella tiene Dios nuestro Señor su morada.

Ilustración: Una mujer hace una seña a un joven noble, que parece responder complacido. El joven necio lleva espada, halcón, zapatos de punta y largas suelas de madera, y va acompañado de dos perros, uno que ladra a la mujer y otro que devora algún animal.