miércoles, 2 de enero de 2008

Del encontrar un tesoro

Quien algo encuentra y lo lleva a casa, y piensa que Dios quiere que sea suyo, ha sido engañado por el diablo.

Un necio es quien algo encuentra y, está tan ciego en su juicio, que dice: "esto me lo ha regalado Dios, no reparo en a quién pertenece". Lo que uno no ha sembrado, vedado le está segarlo. Cualquiera sabría por su honor que pertenecía a otro. Lo que sabe que no es suyo, de nada sirve sirve que carezca de ello y lo encuentre sin engaño: mire que vuelva a aquél de quien ha sido, si lo conoce, o entrégueló a sus herederos; si no se pueden saber todos ellos, désele a un pobre o destínese a otro fin que sea grato a Dios. No debe quedar en tu casa, pues es un bien separado de su legítimo dueño. Y por ello muchos se hallan condenados por tales pecados en el fuego del infierno, a quienes se frota a menudo, cuando no sudan. Acor retuvo lo que no era suyo y trajo con ello penalidades a su pueblo; a la postre le sucedió lo que no pensaba, pues se le lapidó sin compasión. Quien carga un pequeño fardo sobre sus espaldas, tomaría uno mayor si se le ofreciera la oportunidad. Encontrar y robar juzga Dios igual, pues mira a tí y a tu corazón. Mucho mejor es no encontrar nada, que encontrarlo y no devolverlo. Lo que se encuentra y se lleva a casa, de muy mal grado vuelve a salir de ella.

Ilustración: Un demonio, de apariencia horrible, toca la gaita por la espalda a un necio que está a punto de lanzarse a unas cazuelas llenas de oro.